Uruguay por unos días volvió a ser noticia en el mundo: José Mujica, el presidente rockstar, había muerto. Las banderas flameaban a media asta, el duelo nacional estaba decretado y muchos uruguayos lloraban su partida mientras recordaban su legado. En ese contexto y en medio del dolor, el secretario de Presidencia, Alejandro “Pacha” Sánchez, dijo unas palabras que encendieron una polémica que no se apaga y que, con los días, suma nuevos capítulos.
El miércoles 14, unos minutos después del mediodía, el cortejo fúnebre del expresidente pasó frente a la sede del Movimiento de Participación Popular (MPP), el sector que Mujica fundó en 1989, y se detuvo. Rodeado de micrófonos de medios nacionales e internacionales, Sánchez hizo un anuncio: “Una parte de esa siembra, una parte del trillo del viejo, y en honor al viejo: a ocho kilómetros de Cerro Norte, en Florida, hoy el Instituto de Colonización compró 4.000 hectáreas para los trabajadores rurales, para los productores. Gracias, Pepe”.
El público aplaudió con mucho entusiasmo. Se oyeron gritos: “¡Ahora más que nunca, Pacha! ¡Viva el MPP, carajo!”. Entre los asistentes estaba otro de los protagonistas de los últimos días: Eduardo Viera, presidente del Instituto Nacional de Colonización y productor lechero. A pocos metros de Sánchez, Viera celebró el anuncio con lágrimas en los ojos y los brazos en alto.

Así comenzaba esta historia. Una que puso al Instituto de Colonización -habitual en la vida del campo, pero casi invisible en la ciudad- en el centro del ring. Para la gente de a pie, sobre todo los citadinos, suena tan desconocido como la diferencia entre una pradera natural y un trillo sembrado de alfalfa y raigrás.
Los cuestionamientos no tardaron en aparecer. El primero en alzar la voz fue el senador blanco Sebastián Da Silva, que puso en duda la legitimidad de la compra y encendió la chispa del debate. Las críticas no apuntaron solo a la adquisición del campo y al precio, sino también al propio presidente por su condición de colono y por una deuda que tiene con el BPS por la construcción de una casa.

La compra del campo -una estancia de unas 4.400 hectáreas llamada María Dolores- se concretó por unos 32,5 millones de dólares, con el objetivo de crear ahí una nueva colonia, con productores lecheros. Sin embargo, para que la operación se haga efectiva, aún falta el visto bueno del Tribunal de Cuentas. De todas formas, ese paso podría ser anecdótico: el presidente de Colonización ya adelantó que, incluso si hay una observación, el plan seguirá adelante igual.
El senador Da Silva señala que “lo primero que salta a la vista” es el monto de la inversión. “Es una estancia enorme, y estamos hablando de muchísima plata para una operación de estas características”, dice a El País. Y sigue: “Cuando uno empieza a meterse en los detalles, se da cuenta de que no hubo previsión alguna. A mí lo que realmente me impactó fue la estancia María Dolores. Hay componentes del precio que son imposibles de justificar en una compra con la lógica del Instituto de Colonización: el casco, los olivares, el corral de encierre”.
Desde el oficialismo, el senador del MPP Sebastián Sabini sale a defender la compra. “Creo que van a estar en contra de todo lo que hagamos y de cómo lo hagamos”, dice, en referencia a los sectores políticos que, según él, nunca creyeron en el Instituto de Colonización.

Según el senador frenteamplista, la actual istración venía con la intención clara de reactivar Colonización. “Estábamos en un promedio de unas 40.000 hectáreas por quinquenio. En el período pasado se compraron apenas 12.000. Entonces, a nadie le puede sorprender que íbamos a mover nuevamente al instituto”, argumenta. Sabini también desmiente algunas afirmaciones que circularon tras el anuncio: “Se dijo que no se había visitado el campo, lo cual es falso. Se dijo que no hay informe técnico, lo cual también es falso”.
Orsi dijo que Viera tiene que dejar su rol de colono
El presidente del Instituto Nacional de Colonización, Eduardo Viera, quedó en medio de una polémica. Al asumir el cargo dijo públicamente que era colono, pero ese dato no figuraba en la venia aprobada por el Parlamento.

Esta semana dirigentes de la oposición señalaron la inconstitucionalidad y reclamaron su renuncia: no se puede ser colono y presidente del instituto. El presidente Yamandú Orsi advirtió que “tendrá que hacer un paréntesis en su vida” como colono.
La estancia de la discordia: María Dolores
Sin la presencia del ministro de Ganadería. Alfredo Fratti, quien estaba en un viaje a China, se convocó a una conferencia de prensa para explicar los detalles de la compra del campo en Florida. Fue en una sala de reuniones pequeña, ubicada en el enorme edificio de Colonización sobre la calle Cerrito, en pleno corazón de la Ciudad Vieja. Las cámaras transmitían en vivo para los informativos del mediodía, pero apenas cabían, el calor apretaba por la cantidad de gente reunida, y el murmullo solo bajó cuando Matías Carámbula, el viceministro, salió de una oficina pegada a la sala donde se dio la conferencia.

Pero Carámbula habló poco. Dijo que se trata de “una inversión en tierra que permanece en el tiempo”. Que hay 1.700 familias que se postulan para ser colonas y que el gobierno tiene que dar respuesta porque hay interés.
Viera, tomó la palabra y dijo que “no fue que se compró porque había fallecido Mujica, coincidió la fecha”. Contó que, de hecho, habían conversado con el expresidente sobre la posibilidad de adquirir ese campo. “Le preguntamos qué le parecía esta compra”, relató. “Y lo primero que dijo fue que era una muy buena opción”.
Durante su paso por el Ministerio de Ganadería, en el primer gobierno del Frente Amplio, Mujica impulsó una serie de transformaciones claves en Colonización. Una de las principales fue revertir la lógica que había imperado hasta entonces: Colonización dejó de vender tierras y, por el contrario, comenzó a comprarlas. Además, se usó una herramienta contemplada desde la fundación del organismo pero poco utilizada hasta entonces: la entrega de tierras a grupos de productores organizados. Por lo general siempre se le había entregado tierra para arrendar a un colono y su familia.
Algunos de los ejemplos más exitosos de esta modalidad -donde pequeños ganaderos se asociaron, lograron crecer y mantenerse en actividad- son la colonia Misiones Socio-pedagógicas Maestro Miguel Soler y la colonia Maestro Julio Castro en Cerro Largo.

También hay malas experiencias de grupos de productores asociados que se pelearon y se separaron. Hay casos de colonos que compartían una misma sala de ordeñe y los problemas llegaban por cómo cada uno dejaba el lugar. La leche a grueso modo se paga por litro pero en realidad lo que importa es la calidad, por la que Conaprole paga mejor, por eso es fundamental que el lugar de ordeñe esté en perfectas condiciones.
Viera no solo hablaba en la conferencia como jerarca, hablaba también como productor y como colono, según lo expresó. Desde ese lugar o lugares, recordó que la operación de compra se ajustó a lo establecido por la Ley 11.029, que creó el Instituto Nacional de Colonización en 1948, bajo la presidencia de Luis Batlle Berres. En su artículo 35, la norma obliga a los propietarios de campos de más de 500 hectáreas y con índice Coneat 100 (lo que significa una muy buena calidad de la tierra) a ofrecer el predio a Colonización antes de venderlo a cualquier otro.
El proyecto prevé la instalación de 16 nuevos tambos, a cargo de 16 familias. Además, se destinarán 2.000 hectáreas al cultivo de pasturas y forrajes, lo que podría beneficiar a cerca de 100 productores de la zona.

La Asociación Rural del Uruguay (ARU) cuestionó con dureza la compra del campo de más de 4.000 hectáreas en Florida. Su presidente, Rafael Ferber, puso en duda la lógica detrás de adquirir un predio completamente desarrollado, solo para desarmarlo y rediseñarlo bajo otro formato productivo. “Está en un punto óptimo, eso está claro. Pero el campo valía lo que valía porque un privado lo desarrolló. Y ahora se va a romper todo ese trabajo para instalar una colonia”, dice a El País.
También critica los criterios con los que se adjudican las tierras. “Conocemos casos de dos hermanos que crecieron en el mismo entorno rural: uno no estudió y el otro sí, hizo una carrera terciaria vinculada al rubro. El campo se le da al que no estudió”, dice. “Es un criterio, es respetable. Pero ¿tiene un sentido productivo? La verdad es que no. Tiene un sentido social”.
Para el presidente de la ARU, el instituto funcionaba mejor antes, cuando se creó y cuando los colonos se podían quedar con el campo. “Ser propietario es la zanahoria que tiene adelante el hombre de campo”, opina.

Cuando el Estado compraba el campo, se lo daba al colono y el colono lo iba comprando a 40 años. Según el presidente de la ARU, “el buen colono es el que trabaja más de 12 horas y los siete días de la semana, porque seamos realistas, al que le va bien no trabaja ocho horas y no tiene los fines de semana libres”.
Pero para Ferber hay más: considera que la falta de transparencia es estructural en el funcionamiento del organismo. “Colonización se maneja hacia adentro, con mucho secretismo. Y no es un problema exclusivo de este gobierno, viene de antes”, opina. “Hay poca claridad sobre cómo se toman las decisiones”.
Ahora bien, ¿cómo funciona hoy Colonización y cómo se accede a las tierras?
¿Qué es el Instituto Nacional de Colonización?
Es una institución que se fundó en el Uruguay batllista de la segunda ola, cuando se buscó poblar la campaña, alfabetizar al país y llegar a los rincones olvidados. Todos los consultados para este informe señalan la importancia que tuvo, aún inclusive los que ahora se manifiestan en contra de su funcionamiento, como el senador Da Silva, o gremiales como la ARU, que dice que el instituto tiene que modernizarse.

Colonización es un ente autónomo creado por ley. Su objetivo principal es promover una subdivisión racional de la tierra y su adecuada explotación, con un enfoque de desarrollo rural sustentable. Crean colonias, que en los hechos son comunidades rurales, y se convierten en parajes. Con escuela, algún almacén-bar, cuadro de fútbol y hasta ómnibus locales que entran por la caminería. No es solamente un pedazo de tierra enorme dividido para su explotación productiva.
istra actualmente unas 547.873 hectáreas -el 19% de la superficie que ocupa la producción familiar en Uruguay y cerca del 3% del total de la superficie agropecuaria nacional-, concentradas mayormente en los departamentos del litoral y del norte del país.
En las tierras que istra Colonización, bajo régimen de arrendamiento, predominan tres actividades productivas: la ganadería (47%), la lechería (24%) y los sistemas mixtos agrícola-ganaderos (23%). Aunque la ganadería ocupa la mayor cantidad de hectáreas, es la lechería la que concentra más colonos y donde se destaca el mayor dinamismo productivo.

Los campos se dividen según su destino productivo. Un fraccionamiento de 40 hectáreas, por ejemplo, puede ser suficiente para desarrollar un tambo familiar, mientras que para actividades ganaderas se requiere una superficie considerablemente mayor. Además, muchos de los terrenos disponibles son de suelo superficial, lo que también condiciona el tipo de explotación que puede llevarse adelante; ahí no puede haber agricultura ni tambos, solo ganadería.
Para Andrés Berterreche, presidente de Colonización en el gobierno de Mujica (2010-2015), la compra del campo que pasará a ser una nueva colonia está hecha siguiendo los requerimiento legales. “El instituto tiene varias colonias de similares características a la que se compró, que son tremendamente exitosas. Siempre hago referencia a la colonia Reglamento de Tierra 1815, donde nunca había entrado un camión lechero y hoy aportan más de 12 millones de litros de leche a la planta de Conaprole de San Ramón”, dice Berterreche.
En la colonia a la que hace referencia el ingeniero agrónomo son 16 unidades de producción familiar, 15 se dedican a la producción lechera y una a la producción ganadera. Además hay una unidad de producción asociativa ganadera que está conformada por tres familias. Las familias que se dedican a la producción lechera comprenden 67 personas y cuentan con 18 empleados. La superficie que abarcan estos emprendimientos es de 2.548 hectáreas, casi la mitad de la compra en Florida.

¿Cómo se calcula la renta que paga cada colono? No es fija ni arbitraria, sino que se determina según la capacidad productiva del campo que se le asigna. El cálculo se hace a partir de una canasta de productos que refleja lo que razonablemente se puede producir en esa fracción de tierra, según el uso que Colonización define para ella.
Berterreche dice que a esa canasta se le asignan precios basados en estadísticas agropecuarias oficiales y se toma un promedio de los últimos tres años para evitar grandes variaciones. A partir de ahí, se estima qué parte de los ingresos de esa producción debería destinarse al pago del arrendamiento.
También se tiene en cuenta la calidad del suelo, las áreas que no se pueden trabajar y el tipo de explotación más adecuada para el terreno. Todo esto hace que la renta no sea “subsidiada”, según dice Berterreche, sino ajustada a lo que el productor realmente puede generar. Es un modelo pensado para que el colono pueda sostener su actividad sin que el arrendamiento le resulte una carga imposible.
¿Quiénes son los colonos?
Cuando se va a instalar una nueva colonia, o se libera una fracción en una ya existente porque el colono la entrega o el instituto se la saca por incumplimiento en el pago de la renta, por no producir el campo, entre otras razones, se hace un llamado público, difundido por medios locales y nacionales. Los aspirantes se inscriben presentando su proyecto productivo y antecedentes que tengan que ver con el trabajo que hicieron en el rubro.

A partir de ahí, se hace una preselección técnica que se eleva al directorio del instituto. Luego, un equipo técnico visita a los preseleccionados y elabora un ranking con puntajes. Eso vuelve al directorio, que generalmente respeta el trabajo técnico.
Incluso en gobiernos anteriores, las decisiones finales no se alejaban mucho de lo que proponían los técnicos. Y ahí finalmente se le da a prueba el campo por dos años, si todo funciona bien ese arrendamiento se extiende hasta que la persona se jubila.
El dirigente blanco Julio Silveira es hijo, hermano, sobrino y yerno de colonos y además presidió Colonización durante ocho meses en 2020. En un posteo en su cuenta de Facebook, escribió que tiene “un alto concepto del papel” del instituto en el desarrollo de la ruralidad nacional y que fue “una genial creación” pero enseguida aclara que, “por anacrónico”, el sistema “se ha convertido en una carga para toda la comunidad, generador de inequidad e instrumento para el clientelismo”. Piensa que Uruguay no puede seguir comprando tierras para arrendar.
Ahora, considera, debe obtener sus recursos a partir de “la oferta abundante que anda en la vuelta” como las AFAP y a partir de la “enorme garantía” que significan las posesiones que ya cuenta más las que vaya adquiriendo. El instituto, dice, no pueden disponer un millón de dólares “para que una familia se mantenga en el campo”. Y tira un dato: “Debe saberse que el promedio de tierra entregado por nuevo colono en el último quinquenio es de 200 hectáreas, cuyo precio promedio fue de 4,5 mil dólares, parece desproporcionado”. No porque no sea un “excelente propósito”, sino porque es de “una inequidad vergonzante en un país donde centenares de miles no tienen un techo o no comen todos los días”.
Mario Vera fue vicepresidente de Colonización durante el primer gobierno del Frente Amplio y, en cambio, él sigue defendiendo su rol en el desarrollo rural. “Nos hacemos gárgaras con Artigas, pero cuando hay que aplicar su política, lo tratamos de comunista”, lanza, sin rodeos. Esto lo dice por el Reglamento de Tierras de 1815, la inspiración de este instituto.
Vera dice que siempre se puede mejorar, que hay algunos cambios que se dieron en los gobiernos del Frente Amplio que él no comparte. “En lo personal creo que las fracciones se tienen que dar a colonos familiares”, dice. Sin embargo no cree que la esencia tenga que cambiar, al revés, se debería de expandir. “Las colonias del instituto son los pocos lugares donde se crea ruralidad todavía en el Uruguay”, afirma.
Vera no se olvida de mencionar a la ARU, una de las voces más críticas del instituto: “La ARU siempre fue un enemigo declarado de Colonización. Pero por una diferencia filosófica, que es válida y respetable. Ellos tienen otra concepción de lo que debe ser la tenencia de la tierra, y en eso no hay acuerdo”. A esto le agrega un matiz: “La filosofía de izquierda en el campo no ha calado lo suficiente. Pero hay colonos herreristas que son excelentes y no creo que por estar en desacuerdo filosóficamente devuelvan el campo y vayan a arrendar al mercado, nadie haría eso”, dice Vera.

En Montevideo se dan las conferencias de prensa, salen decenas de notas en portales, las radios de la capital hacen informes que salen por streaming, y cientos de personas recuerdan -y otras recién descubren- que el Instituto de Colonización existe. Mientras tanto, lejos del ruido, los colonos siguen con su rutina. Los ganaderos controlan sus rodeos ovinos y bovinos. Los tamberos familiares, empapados por el agua de lavar la sala de ordeñe con una precisión casi quirúrgica y cepillando la bosta acumulada en la planchada, escuchan por la radio cómo se discute su forma de trabajar y, en el fondo, de vivir.
Las vacas seguirán pastando sin saber que están en el centro de una controversia política. Tampoco sabrán que quienes las cuidan con frío y con barro hasta la rodilla, esos que no conocen de fin de semana o feriado, son en realidad uno de los capitales más valiosos que el Uruguay rural sigue teniendo. Pero es para otra historia.
“Te mantiene en la zona”
Agustín González tenía apenas 20 años cuando, junto a otros jóvenes de su zona, La colonia en Pueblo Cayetanologró acceder a un campo de Colonización en Pueblo Cayetano, en el norte de Salto.

“Si no nos hubieran dado ese campo, no sé si estaríamos acá ahora”, reflexiona hoy, 13 años después, con 34 años de edad y una producción que ha crecido junto a su historia.
El campo estaba completamente virgen: sin casas, sin luz, sin agua. Empezaron de cero. “No había ni una aguada. Con esfuerzo fuimos haciendo un galpón, un piquete, cercas, bebederos. Nos ayudaron proyectos del ministerio, pero era todo a pulmón”, dice.
La energía eléctrica recién llegará en 2025, tras casi 15 años de gestiones: “Teníamos baterías cargadas con pantallas solares y un generador para sacar agua del pozo. Nada de heladera, nada de luz como la gente”.
Al principio cada integrante manejaba su propio ganado. Pero la convivencia y el trabajo en común los llevó a unificar señales y marcas: “Si no tenés una señal sola, no anda. Se genera lío. Desde 2016 trabajamos como uno solo: ganamos todos o perdemos todos”. El grupo contrató un ingeniero agrónomo que los asesora y ayuda a coordinar el manejo del predio. Durante los primeros años, su salario fue financiado por Colonización; hoy lo paga la sociedad. “Necesitás alguien con formación que no esté metido en los conflictos internos”, dice González desde Salto.
De aquel joven que entró al campo con 10 vacas y 100 ovejas, hoy forma parte de una sociedad que maneja más de 250 ovinos y 30 bovinos por integrante.
“Un joven pisa la ciudad, tiene todo cerca: trabajo, almacén, fiestas. No vuelve más”, reconoce. Por eso valora lo que significa tener un campo adjudicado: “Te mantiene en la zona”.
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