Cuando allá los sabios del antiguo continente oigan decir que en los más remotos pueblos de América del Sur, en que hace menos de un siglo, no había ni el menor vestigio de civilización, cuyos habitantes se pintaban de costumbres tan bárbaras, que no tenían otras diversiones que correr tras de las fieras, y que en tan pocos días en medio de la ruina y desolación de las guerras civiles, se abren bibliotecas públicas, y estas se celebran con regocijos públicos, ¿qué ideas tan altas no queréis que formen de un gobierno tan celoso y tan ilustrado, y qué esperanzas tan lisonjeras no concebirán de sus habitantes con tan excelentes principios? Regocijémonos todos, porque este regocijo nos hace honor, como lo habéis visto, y porque este establecimiento nos va a proporcionar las más apreciables ventajas.
Ríos de tinta corrieron bajo el puente en los 209 años exactos que transcurrieron desde esas palabras de Dámaso Antonio Larrañaga en la inauguración de la biblioteca para los orientales en 1816, cuando la independencia de este territorio era aún una idea invertebrada, y las de Rocío Schiappapietra el pasado 26 de mayo, cuando anunció el cierre del servicio al público, por tiempo aún indefinido, debido a las “varias crisis” que golpean a la institución, entre ellas “una crisis de sentido”.
Es una institución que ya está cerrada en sí misma porque acá ya entran pocas personas, y queremos que vuelva a ser una biblioteca de puertas abiertas, donde la palabra sea un derecho de todas las personas y no un privilegio de algunos pocos (…) Estamos transparentando el estado de situación. Esta biblioteca está en crisis en el marco de una situación que se da a nivel mundial.
El anuncio puso a la Biblioteca Nacional en el centro de la agenda, al menos por un rato, como no había estado en mucho tiempo. Mientras que los defensores de la decisión celebran ese posicionamiento de la institución en el debate público, los detractores del cierre cuestionan que se hizo al costo de suspender un servicio que supo resistir, a su modo, guerras y pandemias.
Varias bibliotecas
La discusión de las últimas semanas abarcó diversos planos: uno tuvo que ver con la razonabilidad o no del cierre, otro se limitó aún más a la fecha y la forma escogida para su anuncio; otra, de más largo aliento —quizá la más profunda—, que apuntó al sentido, el rol o el modelo deseable de una biblioteca nacional en el siglo XXI.
Como no podía ser de otra manera, para cada una de esas discusiones sobre el rumbo de las bibliotecas nos encontramos también con varias bibliotecas.
Empecemos por “la biblioteca” de las actuales autoridades, que quedó plasmada en las palabras de Schiappapietra en la conferencia de prensa del 26 de mayo, y en dos entrevistas que otorgó en días posteriores, antes de llamarse a silencio.

La directora fue consultada para este informe pero señaló que delegó la “vocería” del tema al Ministerio de Educación y Cultura. En su entorno, así como otras personas que han dialogado con ella acerca de los proyectos para la biblioteca, tampoco respondieron los mensajes de El País.
Esta “biblioteca” oficialista mantiene por ahora muchas de sus páginas en reserva, con la promesa de dar más detalles en una próxima comparecencia de las autoridades al Parlamento, el 18 de junio.

El ministro José Carlos Mahía, que sí respondió las consultas para este informe, entiende que ha habido “mucha hipocresía” en las críticas al cierre, ya que “la inmensa mayorías de los que criticaron no han pisado la biblioteca en años o décadas”.
—En una ciudad de un millón y medio de habitantes, solo entran unas 20 o 30 personas por día. Es un porcentaje más que ínfimo.
—¿Pero a esas 20 personas no se las está privando de un servicio público que se podría estar prestando?
—Bueno, pero existen muchas otras bibliotecas públicas.
—Casi ninguna con el catálogo de la Biblioteca Nacional.
—Pero los que usan ese catálogo son los investigadores, que sí continúan con el permitido.
Mahía es de los que cree que, más allá de la “legítima” discusión sobre el momento y la forma elegida para el anuncio, el cierre ha logrado “visibilizar” una situación que hasta ahora era “invisible”.
Del otro lado de la decisión se paró el director de la última istración, Valentín Trujillo, quien contraatacó con una extensa carta en la que reivindicó su gestión en los últimos cinco años y cuestionó la “improvisación” del cierre decretado por su sucesora.
Trujillo ha dedicado estos últimos días a contrarrestar algunos de los retratos más apocalípticos que se han hecho de la biblioteca —como la presencia de ratas o suelos inundables, entre algunos de los argumentos que deslizaron las autoridades— y en particular ha cargado contra la “exagerada” e “injustificada” decisión de cerrar sin tener aún un plan claro de mejoras, remodelaciones o rediseño del rol de la biblioteca. “Deciden que la solución es cerrar, pero por otro lado no cierra, porque el ministro dice que el 95% de las funcionalidades continúan, salvo el al público. ¿Entonces quién tiene razón? ¿Cuál es el alcance de las crisis? Tienen que ponerse de acuerdo entre ellos”, dice a El País.

El exdirector dice que la cifra de las 20 personas por día también es “discutible”, si se tienen en cuenta también las visitas escolares —en 2023, unos 7.000 niños pisaron el edificio— o las visitas turísticas que se hacían los miércoles.
Por fuera del debate político, han sido varias las voces que han cuestionado la decisión, el momento y hasta las formas en las que se comunicó el cierre —por ejemplo, los funcionarios señalaron que no habían sido informados—, incluso entre bibliotecólogos que, por otra parte, son severamente críticos del progresivo “declive” de la Biblioteca Nacional.
“Coincido en que era algo como bastante cerrado, porque hasta el horario y la agenda era restringida, pero lo que reprocho a la medida es que genera un impacto negativo en la opinión pública y alimenta algunos clichés sobre las bibliotecas y en particular la Biblioteca Nacional”, dice por ejemplo Andrés Olveira, escritor y bibliotecólogo que trabaja en la biblioteca de la Facultad de Humanidades. “Lo de llamar la atención, eso lo lograron. Pero capaz quemaron una carta muy rápido. Si llamás la atención al problema pero no ofrecés una solución, podés terminar dando pasto a las fieras. Ahí me parece que hubo cierta torpeza, sin hablar de la torpeza mayúscula de no avisarle a los trabajadores”.
Olveira tampoco es de los que ahorra críticas al estado de la Biblioteca Nacional. “Yo tenía un profesor en humanidades que decía con mucho tino: la Biblioteca Nacional es una muy buena biblioteca de los años cincuenta. Eso me lo dijo en 2007”. “La palabra crisis está muy presente en la historia de la Biblioteca Nacional. Francisco Acuña de Figueroa, que fue director en la década de 1840, ya se quejaba del poco presupuesto y la precarización de las tareas bibliotecarias, y tuvo que ingeniárselas para encontrar recursos. Lo de la crisis de hoy creo que son capas y capas de problemas que se vienen sucediendo y vienen generando como un efecto bola de nieve, que son muy representativos de la institucionalidad cultural de este país, y el rol que se le ha asignado a la cultura”, afirma Olveira. “La Biblioteca Nacional es como un palimpsesto de crisis”.

Otros, al principio escépticos o críticos del cierre, han pasado a dar una “carta de crédito” al hecho de que al menos se puso el tema en la agenda, aunque están a la espera de conocer los detalles sobre lo que vendrá.
La bibliotecóloga Paulina Szafran, por ejemplo, señala para este informe que “hay una perspectiva de abandono que viene de hace mucho tiempo, más allá de las buenas intenciones de quienes han estado al frente en los diferentes períodos”. “Es una decadencia, un abandono de todo punto de vista: desde la perspectiva política, desde la biblioteca, desde la gestión”.
Mónica Paz Torres, directora de Servicios Bibliotecológicos en la biblioteca del Poder Legislativo, dice también que “nadie pone en duda la situación” de “declive constante” de la Biblioteca Nacional, que “se ha agravado en los últimos tiempos”. “He escuchado mucha gente que opina sobre el cierre de la biblioteca. Pero no he escuchado a nadie que diga que no estamos de acuerdo en que el diagnóstico está complicado”.
“Si tiene algo de bueno todo esto es que el tema está instalado en la opinión pública. Tiene que servir para algo. No para que se echen las culpas un director u otro”, dice Paz.
En busca de sentido
Saliendo de la polémica inmediata por el cierre, una pregunta que quedó en el aire en estas semanas de ruido y furia en torno a la Biblioteca Nacional es cuál debe ser el rol y la vigencia de ese instituto en el siglo XXI. ¿Es un repositorio de libros y documentos? ¿Debe ser una sala cultural? ¿Una editorial? ¿Un museo? ¿Un café? ¿Un cowork?
Las pistas que han dado las actuales autoridades no han sido muchas. Entrevistada por M24, Schiappapietra dijo que tienen una “hipótesis de mínima”, que consiste en “ver cómo mejorar lo que podemos”. Y una “hipótesis de máxima que es maravillosa y ojalá suceda”. “Tiene que ver con pensarla desde Montevideo pero también en todo el territorio uruguayo”.
Consultado para este informe, el ministro Mahía va apenas más allá.
—Solo te puedo decir los conceptos porque faltan muchos pasos para dar. Te diría que tiene que ver con la usabilidad de las bibliotecas, y repensarlas como espacios de cultura, de educación, de innovación y de convivencia.
—¿Qué significa eso en los hechos?
—Eso no te lo puedo adelantar; todavía no quiero hacerlo. El 18 junio en el Parlamento vamos a informar.

Mahía dijo que tienen algunos modelos de otras bibliotecas en mente, pero prefirió tampoco mencionar esos ejemplos. Schiappapietra, por su parte, comentó a El Observador que entre las experiencias revisadas está desde la British Library hasta las bibliotecas nacionales de Perú o Chile.
¿Pero cuál es en definitiva el rol que debería asumir una institución como la Biblioteca Nacional?
Szafran, que además de bibliotecóloga tiene una maestría en Gestión Cultural y un doctorado en Cultura y Educación, recuerda que a comienzos de los años noventa, cuando comenzó sus estudios, “ya se debatía el sentido de las bibliotecas ante el inminente avance de internet y la tecnología de la información”.
Pero las bibliotecas nacionales —así como otras bibliotecas públicas y privadas— siguen ahí.
Las bibliotecas nacionales, dice Szafran, son un tipo particular de bibliotecas a las que, por un lado, se les asigna un importante valor simbólico, y que además tienen el deber de “recopilar, conservar y difundir el patrimonio bibliográfico de un país”.
Eso se hace a través de la ley de depósito legal, que según resume Szafran obliga el envío a la Biblioteca Nacional de “todo lo que se edita en el país como lo que se edita sobre el país en el exterior o lo que editan nacionales en el exterior”.

La biblioteca del Parlamento también recibe una copia de todo libro editado, pero a la Biblioteca Nacional le llegan al menos dos copias de cada uno, lo que le implica un desafío creciente de stock.
Szafran dice que más allá de que hoy parte de ese patrimonio puede ser digitalizado y accesible a distancia, también “es importante que las bibliotecas públicas se conviertan en espacios físicos” donde “se pueda ir más allá del click”.
Su colega Mónica Paz, que dirige la biblioteca del Poder Legislativo, acota que por eso “las bibliotecas son mucho más que los edificios que contienen las colecciones de libros” “Son espacios de encuentro, lugares a los que las personas acuden porque necesitan algo, desde información hasta un lugar para conectarse. Por eso cuando abrís una biblioteca abrís mucho más que un edificio, y cuando la cerrás estás cerrando mucho más que un edificio”, dice a El País. “Lo que tienen que hacer es adaptarse a la época que estamos viviendo”.
Algunos de los consultados reivindican como “modelos” a seguir casos exitosos en nuestro propio país, desde la biblioteca del Palacio Legislativo (“es la meca”, dice Olveira, y señala que casi todos los bibliotecólogos prefieren trabajar allí y no en la Biblioteca Nacional) hasta el proyecto Anáforas, liderado por la cátedra de Lisa Block de Behar de la Facultad de Información y Comunicación de Udelar, y que tiene más de un millón de libros y documentos digitalizados para el en cualquier punto del mundo.
Trujillo, por su parte, señala que existen otras funciones de la Biblioteca Nacional que son “también muy relevantes”, desde el liderazgo del Sistema Nacional de Bibliotecas Públicas (que abarca más de cien bibliotecas en los 19 departamentos, gestionadas por intendencias o municipios) hasta su rol “editorial”, con publicación de libros o revistas.
Por allí se cuela el debate sobre si, al fin y al cabo, el carácter de “mausoleo”, en una institución como la Biblioteca Nacional, es algo a evitar o a reivindicar.
Para Trujillo, la Biblioteca Nacional “inevitablemente” tiene “una cuestión de formalidad y características solemnes”. “Tiene que serlo, porque tiene una historia y una tradición en el mejor sentido. Eso no significa que no se proyecte con características del siglo XXI y aproveche las oportunidades que dan las herramientas tecnológicas, pero no puede ignorar su pasado ni evitar ser un poco el canon, tanto a nivel literario como historiográfico, investigativo y académico”.
El modelo de las actuales autoridades lo sabremos en unos días.
Lo que vio Salle en la BNU y la loca idea por la que se tuvo que disculpar
El diputado Gustavo Salle, de Identidad Soberana, es uno de los pocos que entró a la Biblioteca Nacional en los últimos días. La última vez que había ido había sido en la década de 1970 (después, dice, utilizó intensivamente la biblioteca de la Facultad de Derecho), pero tras el cierre solicitó una recorrida con la nueva directora.
Ratas, no vio. Tampoco un piso inundado. Lo que sí notó es un edificio “anacrónico y desfasado”. “El entrar a un lugar oscuro lo convierte en lugar lúgubre, poco atractivo. Es un edificio muy señorial, pero pasado de época y disfuncional para la idiosincrasia del joven actual”, relató a El País tras la visita.
Sobre los proyectos de reconversión, dijo no haber extraído de la conversación con la jerarca “ningún proyecto revolucionario o un cambio total de la biblioteca nacional”, aunque desconoce si es porque no lo tienen aún. “Todos te hablan de los proyectos a futuro. Es muy fácil
desde la retórica. Soñar no cuesta nada. Pero lo cierto es que en todos lados te plantean el problema presupuestal”. “No advertí un plan intensivo de biblioteca. Lo comprendo porque el problema es presupuestal”.
“Se me ocurrió una idea y me bajaron del avión. Les dije: ¿por qué no traemos abuelos que quieran colaborar? Me dijeron que era un trabajo de clasificación, con una serie de reglas. Les pedí disculpas por mi desconocimiento”.