Mientras los uruguayos hoy votamos por las autoridades departamentales, el mundo sigue en su agitado ritmo. Tan agitado que es fácil olvidar las cosas que realmente importan. Tan agitado que ese vértigo contrasta con la parsimonia que se vive acá, en Uruguay.
Lo de Trump ha sido un vendaval que puso sobre la mesa aspiraciones propias de otra época: anexar Canadá, conquistar Groenlandia, ocupar Panamá. Dio vuelta la verdad y el agresor pasó a ser Ucrania mientras que Putin entró a la galería de los buenos.
La guerra en Gaza llevó a la ironía de que los villanos sean los que combaten a cara descubierta y los buenos sean los que a traición iniciaron con saña esta guerra, decidieron que el campo de batalla fuera en sus túneles, y actuaron con soterrado cinismo y cruel desprecio por las vidas ajenas y también la de los propios.
Por aquello de que algunas cosas solo pasan cada muerte de obispo, el obispo de Roma se murió y la Igle- sia católica debió elegir a su sucesor que, como ocurrió a lo largo de la historia, jugará su parte en este complicado escenario. Resultó ser norteamericano.
Ante tanto ruido, la liberación de los cinco asilados en la embajada argentina de Caracas, ahora llevados a Estados Unidos, hizo recordar que en Venezuela sigue la feroz dictadura, que logró pasar al olvido en medio del aspaviento mundial.
En ese contexto, Uruguay navega en su parsimonia. Acá no pasa nada, cosa que para algunos es bueno ya que en este mundo donde un caprichoso grita su desprecio desde la Casa Blanca (o desde su club en Mar-a-Lago), lo mejor es no aparecer en el radar. En ningún radar.
Hace poco el expresidente Julio Sanguinetti dijo algo así como que tras el torbellino de medidas adoptadas por el gobierno de Lacalle Pou, cuesta adaptarse a tanta quietud.
La oposición reclama más acción aunque claro, si la hubiera se opondría a ella. Días pasados mientras esperaba mi turno en un consultorio médico, una señora me decía que si bien le preocupaba tanta parálisis, quizás eso fuera mejor: “si se ponen a hacer cosas, serían puras macanas; tal vez sea preferible que se queden quietitos”.
Nada de esto debería sorprender. Este gobierno no está faltando a las promesas ni a las propuestas hechas durante la campaña electoral, por el simple hecho de que no las hubo. No hubo nada. El candidato, cuando estaba en vena, no salía del “capaz que es blanco, capaz que es negro”.
En su momento la ausencia de propuestas y ese confuso estilo de declarar que se convirtió en algo tan típico (y tan desconcertante) de Yamandú Orsi, se explicó como parte de la estrategia. Dado el resultado, es lógico pensar que así fue porque tuvo éxito.
Lo llamativo es que después de ganar la elección, tampoco durante la transición, hubo novedades. Quienes esperaban anuncios, se quedaron con las ganas. No los hubo. El silencio de la campaña se prolongó durante el interregno y se transformó en inactividad una vez en el gobierno. Fue, sí, interesante el discurso inaugural del presidente Orsi, donde no comunicó nada en particular pero mantuvo un tono de saludable generalidad republicana, democrática y de respeto al Estado de Derecho. Fue una buena señal, pero escasamente concreta en cuanto a cómo veía su gestión.
En estos dos meses no sucedió mucha cosa, a no ser la caída deshonrosa de dos jerarcas del gobierno y un tercero cuestionado. Hubo, sí, críticas poco fundamentadas sobre como este gobierno recibió problemas del anterior. A falta de iniciativas propias, se optó por hablar de una “herencia maldita” pese a que es evidente que no la hay.
Hasta el presidente Mujica lo reconoció (indirectamente, es verdad) cuando acusó de “guampudos” a los sindicalistas que estuvieron quietos durante el gobierno anterior pero ya empiezan a hacer ruido con este.
Su afirmación no es del todo cierta: el sindicalismo fue agresivo con el gobierno de Lacalle Pou. Pero si aún así Mujica considera que no lo fue de manera significativa, tal vez se deba no a la condición que les adjudicó sino a que no había razones para serlo. Los sindicalistas, pese a su retórica, al final quizás hayan sido cautelosos porque el gobierno anterior, en lo laboral, se manejó bien. Cosa que a esta altura es innegable y es mérito del expresidente Lacalle Pou, de Azucena Arbeleche y en particular, de Pablo Mieres.
Hay tres terrenos donde no se puede ser inactivo. El de la seguridad es cantado. El otro es el del ministro Gabriel Oddone. Ahí la militancia sí debe seguir siendo parsimoniosa y dejarlo hacer.
El otro terreno es el de las relaciones exteriores. Hay que insistir en abrir mercados para alentar a la producción nacional. Hay que salir, además, de tanta sumisión con Lula para serenamente manejarse con autonomía e independencia.
Mientras tanto habrá que esperar quizás hasta que se presente el presupuesto o si no a que tome empuje el presidente cuando se libere de la sombra vicepresidencial que lo sigue a todos lados. Eso será positivo, siempre que ese empuje vaya en buena dirección.