La tradicional tranquilidad de la Semana Santa que tanto exaspera a los periodistas necesitados de noticias, se vio esta vez sacudida por varios temas y opté entonces por elegir tres de ellos para ser comentados.
El primero es la muerte de Mario Vargas Llosa, hecho que merecería una columna entera pero es tanto lo que ya se ha escrito que no tiene sentido repetir lo dicho.
Fue fastidioso leer a quienes decían que pese a valorar su obra necesitaban aclarar que discrepaban con sus posturas políticas, como si tales aclaraciones importaran realmente.
Vargas Llosa defendió en su juventud a la revolución cubana, pero ante notorias violaciones de derechos humanos tomó distancia, al igual que otros autores de la época aunque no todos: Cortázar y Benedetti, por ejemplo, fueron incondicionales defensores de la dictadura caribeña.
Ese distanciamiento llevó a que muchos lo consideraran de “ultraderecha”, lo cual es falso. Vargas Llosa fue un liberal coherente: estaba a favor del libre mercado, la libre empresa y el libre comercio, la libertad de expresión, la libertad política y religiosa. Creía que la mujer tenía libertad para decidir sobre su embarazo y defendía los derechos gay. Eso sí, su argumentación en estos temas fue siempre liberal, nunca se apoyó en las absurdas teorías en boga.
Condenó todas las dictaduras, de derecha y de izquierda. Sus novelas reflejaron esas posturas y basta recordar las más recientes (ya en plena etapa liberal) para corroborarlo: “La fiesta del chivo” sobre el fin de la dictadura de Trujillo en Santo Domingo, “El sueño del celta” sobre la explotación de trabajadores del caucho en el Amazonas y en lo que fue el Congo Belga, “Cinco esquinas” sobre cómo Fujimori manejó la prensa durante su dictadura y “Tiempos recios” sobre el golpe de estado promovido por la CIA contra Jacobo Árbenz en Guatemala. De ultraderecha no hubo nada en esos libros.
En lo personal, me queda el recuerdo de dos encuentros que tuve con el Premio Nobel y como consecuencia, con dos de sus libros generosamente autografiados.
Otro tema que estuvo en la vuelta fue lo relacionado al Canal 5, ese canal que cada cinco años se refunda como si no hubiera habido nada antes.
Su nueva directora decidió rescindir contratos de algunos periodistas; despedirlos antes de que su contrato venciera. Además exigió a todos dedicación exclusiva, con lo cual los que trabajaban en otros medios debieron o bien renunciar a ellos o dejar el canal. Es buena práctica de pedir exclusividad, siempre que el pago lo compense.
Esto generó algún ruido y el miércoles pasado en su sección Ecos, El País publicó una carta del reconocido periodista Daniel Gianelli que se preguntaba por qué ante lo que estaba sucediendo no se respondía con la misma virulencia usada a poco de asumir Gerardo Sotelo hace cinco años.
Recuerda Gianelli que Sotelo propuso elaborar una guía de trabajo emulando a los medios públicos de renombre como la BBC y quiso crear un “consejo de notables”, integrado por tres periodistas. La idea provocó una enorme batahola que incidió en que dos de los periodistas propuestos declinaran y el tercero desistiera meses después, cuando tras tanto ruido y con la pandemia en marcha, la propuesta de Sotelo lamentablemente fue perdiendo sentido. De esto hablo por experiencia personal porque fui ese tercer candidato.
Recuerdo sí que ante el revuelo generado, me volví a preguntar si valía la pena contar con medios públicos. Aún así, en ese período, en el Canal 5 y en las radios se trabajó con sentido profesional y no hubo (como sí ocurría en TV Ciudad) escándalos sobre trasmisiones sesgadas o abiertamente proselitistas. Visto lo que ocurre ahora, me vuelvo a plantear aquella duda de hace cinco años.
El otro episodio que sacudió la semana, fue el que dejó en falsa escuadra a la ministra de Vivienda Cecilia Cairo, por no haber pagado durante muchos años los impuestos correspondientes a su casa.
En mi columna de la semana pasada elogié su apertura al ponerse en o con organizaciones sociales religiosas que trabajaban en el tema de la vivienda. Hoy no hay elogio que valga.
Lo de Cairo es grave. Ella aduce que ese asunto se le pasó porque tenía otras prioridades. Todos tenemos prioridades, algunas dramáticas, que se postergan o recortan porque primero y antes que nada, los impuestos deben pagarse.
No es que tenga deudas pendientes: acá, según todo lo indica, hubo evasión de impuestos. Que es distinto y muy serio.
Cairo pertenece a una fuerza política y a un gobierno que cree que el Estado debe tener un rol fuerte en el funcionamiento del país y en sus políticas sociales. Para eso necesita dinero y por lo tanto el pago de impuestos es el pilar sobre el que se apoya todo su programa.
Fue ella quien dijo que cuando su ministerio se quedara sin plata golpearía las puertas del ministerio de Economía. Olvida que si esos recursos a veces escasean es porque gente como ella, o como sucedió antes con Óscar Andrade, no cumplen con su parte.