En Uruguay se habla mucho del “pueblo”. Al Frente Amplio le gusta mucho el término, quizá porque es amplio. No es un concepto solo suyo, muchos políticos lo han empleado. Por poner dos ejemplos, Seregni declaró, en marzo del 71, que el Frente “nace del pueblo y se nutre con el pueblo” y Wilson, en su famoso discurso de junio del 73, declaró a Bordaberry enemigo del pueblo oriental. Pero la izquierda parece tener especial amor por estas abstracciones.
Le creo al poeta inglés T.S. Eliot cuando dice que el tiempo futuro está contenido en el tiempo pasado. Hegel escribió que “el pueblo es esa parte del Estado que no sabe lo que quiere” y añadió que el pueblo es solo otra forma de referirse al gentío, “una masa amorfa” cuya actividad solo puede ser elemental, irracional. Sin mediacio- nes institucionales y sin formación racional, no es un agente político legítimo, sino una amenaza para el orden del Estado. El pueblo como un todo no es más que gentío sin rumbo. El problema es que carece de comprensión profunda y discernimiento: condiciones que, de hecho, no suelen ser populares.
Estas ideas del siglo XIX no tardarían en considerarse “fachas”. Basta con que una idea no sea “progre” para que se la llame así, sin distinguir ni razonar, pero es importante introducir un matiz. La postura de Hegel no pretende negar la importancia histórica concreta del pueblo, sino criticar su idealización ingenua como sujeto racional automático. Tampoco se ve demasiado bien decir esto: la participación política requiere de formación racional y moral. Sin estas condiciones, el pueblo actúa como fuerza incontrolable y manipulable. Esto no significa que no sea un actor fundamental en la historia. Para Hegel, con su debida constitución como Estado y con mediaciones apropiadas, el pueblo sin duda podía contribuir al desarrollo histórico.
Uruguay tiene instituciones fundamentales para su vida democrática y las defiende sin ninguna duda. La leyenda “libertad o muerte” parece equivalente a “democracia o muerte”. Ahora bien, ¿es lo mismo que un pueblo se organice y consagre su modo de al gobierno, a que esté realmente formado como sería deseable? La crisis educativa -más bien estado crónico- no deja dudas sobre la respuesta. Pero los orientales parece que son ilustrados solamente por ser orientales. ¿Estamos seguros de que el pueblo, por el mero hecho de ser pueblo, reúne las condiciones necesarias para la participación democrática? Antes se esperaba preparación, educación, un cierto cultivo de sí mismo; hoy parece que pedir esas condiciones es una muestra de elitismo, de que uno es un aristo-cretino (este epíteto fue un regalo atemporal).
Ante el debilitamiento del juicio racional, la democracia parece que tiene un demonio interno: la pérdida de la reflexión. No me cansaré de decir esto de todas las maneras posibles y en todos los contextos, más aún sobre lo político en general y lo democrático en particular. Donde no hay pensamiento no hay capacidad para hacer distinciones ni para diferenciarse. Antes que Hegel, lo supo Polibio cuando caracterizó la oclocracia como el dominio irracional de la multitud, de la masa indiferenciada y anónima. Precisamente porque uno le tiene respeto histórico a la democracia, más vale encontrar el modo de que no se desfigure. Eso implica, en primer término, que el pueblo pase a estar formado por individuos.
El presidente Orsi dio un discurso de asunción de un dignísimo hombre de izquierda. La pregunta retórica “¿Qué libertad individual plena puede ejercerse en medio de la desigualdad colectiva?” deja muy claro que las condiciones materiales están por encima de la libertad del juicio. No tengo duda de que, para él, la igualdad es condición de posibilidad de la libertad. Y tiene parte de razón. Le falta la otra: uno también mejora sus condiciones materiales con la sensatez, el pensamiento, el discernimiento, la evaluación consciente, la formación de la razón.
Hannah Arendt, cercana a Hegel en esto, dejó una idea esencial: si uno no piensa, no puede ejercer el juicio y no puede ser persona, individuo. Y donde no hay individuos, no hay comunidades. Hay pueblo como masa amorfa, como gentío, pueblo como ausencia de individualidad con juicio autónomo. Me viene a la cabeza eso de “masas populares” que tantas veces se escucha. Quizá por eso el FA privilegia masas, colectivos e igualdad antes que individuos, pensamiento y libertad. Pero los hombres solo son iguales en dignidad y poco más. Otra idea, claro, que ya no se puede repetir, como eso que decía Cervantes: que todos los gatos son pardos en la noche. A veces parece que el Frente quisiera un pueblo tan vasto como esa noche. Esa es su afrenta más grande contra la libertad, y pasa por la noción de pueblo.