Casi tres meses de asumido el nuevo gobierno, si hubiera que sintetizar lo hecho en este tiempo habría que decir: compraron un campo. Nada más.
Esta curiosa inacción empieza a mostrar señales previsibles. El gobierno no solo no hace, sino deshace. Y a veces deshace, pero no para reponer por otra cosa.
El episodio de la Biblioteca Nacional es un ejemplo claro (no el único) de esa conducta. Se cierra la biblioteca por tiempo indeterminado para luego hacer un diagnóstico que permita saber por qué se cerró la biblioteca.
Queda la sensación, clara y perversa, de que la decisión se toma como resultado de un estado de cosas heredado del antecesor. Otra vez, como en casos similares, no hay una propuesta de qué cosas hacer, pero sí la necesidad de señalar una “herencia maldita” allá donde no la hay.
Este “modus operandi” ya se probó en otras áreas, como cuando se dijo que el actual gobierno recibía una desastrosa situación económica, dato que tuvo que desmentir el propio ministro de Economía. O cuando el ministro del Interior dio por perdida la batalla contra los narcos aun antes de empezarla, lo cual reflejó un preocupante espíritu de resignación, entrega e inercia.
En cualquier lugar del mundo, si el presidente de la República dice que no se puede ser presidente de Colonización y colono a la misma vez, el jerarca cuestionado renuncia de inmediato. No alarga las cosas a ver si zafa. Es un mensaje presidencial demasiado claro y nadie osaría hacerse el distraído. Acá, en este apacible “no pasa nada” el director quiso probar hasta dónde llegaba. Lo de ganar las elecciones sin mostrar propuestas fue efectivo, pero no sirve para gobernar. Peor es cuando se intenta crear la sensación de que la ausencia de iniciativas es por culpa del legado dejado por el anterior gobierno.
El caso de la Biblioteca Nacional es una situación emblemática pues confirma un modelo. Justo en el día del libro se anuncia su cierre. Se da a entender que recibió una situación muy complicada y pasa lista a una realidad que lleva varias décadas y que para resolverlas se necesitaría un presupuesto extraordinario que no lo tiene y que la realidad indica que nunca lo tendrá.
El anterior director, Valentín Trujillo, afrontó varios de esos problemas y su gestión ha sido bien evaluada. En un texto difundido por la prensa con amplia repercusión en las redes, Trujillo pasa lista a lo hecho durante los cinco años que dirigió la Biblioteca (entre ellos los dos de la pandemia), a lo que comenzó y dejó encaminado, y a lo que no pudo hacer. Insiste en que más allá de las soluciones encontradas para determinados problemas, en ningún momento se optó por cerrar la Biblioteca. A nadie, y menos aún al entonces director, se le pasó por la cabeza que eso podía ser una opción.
Es obvio que la Biblioteca Nacional no funciona igual que una biblioteca barrial, escolar o liceal. Allí se preserva el llamado “acervo cultural” del país. Está todo lo publicado desde siempre en Uruguay, además de contar con libros de otras partes del mundo. Tiene la prensa de cada época y debió recurrir a diferentes tecnologías para mantenerla accesible. Guarda los archivos y papeles de autores nacionales de relevancia (en tiempos de Trujillo se trabajó en rescatar archivos viejos y presentar nuevos, de autores recientes). Publica textos de investigación literaria de excelente calidad.
Está ubicado en un edificio elegante, complicado para abarcar y que tras varios años, presenta algunos disfuncionamientos que no se arreglan con remiendos, aunque estos ayuden momentáneamente. Hubo directores que se manejaron con displicencia y otros (Trujillo entre ellos) fueron muy activos en resolver temas endémicos. Hace un año se estuvo trabajando en la mejora de la fachada principal y la que da sobre la peatonal lateral. Ante estas realidades, como dice Trujillo, a nadie se le ocurrió cerrar la Biblioteca y menos por tiempo indefinido.
Lo preocupante del anuncio de la directora de la Biblioteca es que sigue un patrón ya demostrado en otras áreas de este gobierno.
En lugar de hacerse cargo, se elude el problema. No hay un plan a poner en práctica, no hay un conocimiento exacto de cuál es la situación recibida y entonces, basado en generalidades, se cierra la biblioteca y se deja el problema suspendido en una nube. Lo mismo hizo el ministro de Interior y a eso apuntó el senador Daniel Caggiani cuando habló de las bombas a explotar que en lo económico había dejado el gobierno anterior, como forma de no afrontar lo que sí había que hacer. Ahí, por suerte, predominó la lucidez del ministro de Economía, Gabriel Oddone, que debió enderezar el registro.
Día por medio surgen estas desconcertantes sorpresas y ante la falta de propuestas, se echa las culpas a una inexistente herencia maldita. Mientras tanto, prevalece la inacción.