Democracia liberal

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El lunes veintiséis de mayo, el afamado historiador Loris Zanatta publicó una nota en Clarín, comparando al kirchnerismo como desarrollo tardío del peronismo, con el mileísmo, ideología política del Presidente argentino. Concluyó expresando, que pese a su enconada disputa, ambos se basan en el absolutismo mesiánico. Su diferencia es meramente económica. El primero intervencionista estatal a lo Keynes, el segundo aferrado al libre mercado de Hayek, pero conceptualmente unidos en su característica esencial: el desprecio y el odio hacia el otro. Un sentimiento negativo que no cultivaban sus mentores, entre sí respetuosos.

El enfoque es atractivo, en tanto rechaza la orientación económica como elemento definitorio de cualquier régimen, desplazándola hacia la política, mostrado así identidades de otro modo ocultas. Un problema que se hizo muy presente en la hoy semi archivada teoría marxista, que lograba que su visión económica ocultara su superestructura política. De allí las interminables discusiones sobre el totalitarismo, concepto enérgicamente negado por quienes proclamaban la novedosa identidad económica de la URSS consagratoria -sostenían- de la igualdad, negando el sacrificio de la libertad.

Sin embargo, sin desestimar las apreciaciones del profesor italiano, que ite la oculta semejanza entre Perón y Milei, su tipificación ite ser perfeccionada. Primariamente porque no parece aceptable en primera instancia calificar al kirchnerismo o al peronismo o sus diversas variantes como keinesiano ni a Milei como hayekiano. Su identificación requiere apelar a otros elementos conceptuales trascendiendo su modelo económico.

Más preciso parece clasificar al peronismo como un régimen no democrático y al de Milei, como gobierno en transición acelerada hacia lo mismo. Tan firme en sus propósitos que prepara una nueva política de los organismos de inteligencia argentina (Cide), que emulando a Trump pretende limitar la actividad de cualquier periodista no adepto a la gestión oficial.

La ventaja de este ya antiguo sistema es que califica primariamente a cualquier régimen político como democrático o no democrático (sin perjuicio de la existencia de gobiernos intermedios o en transición), para luego, secundariamente, identificarlo como intervencionista o partidario del libre mercado. A su vez permite explicar porqué la democracia, en sus dos versiones, es siempre liberal. Sucede que la democracia cabalmente comprendida implica dos realidades yuxtapuestas: democracia y liberalismo. El ideal liberal prioriza los fines individuales, la autonomía de cada sujeto para escoger su destino personal; el democrático las metas colectivas, la forma de implementar la soberanía popular en un colectivo plural.

Por lo cual la democracia liberal supone la difícil armonización de ambas finalidades. No cabe un liberalismo no democrático, como no se concibe una democracia absolutista. Tampoco cabe confundir el liberalismo económico (la mercadocracia) con el liberalismo político, concepción filosófica basada en la libertad de conciencia del ser humano. De este modo Perón y Milei, aparecen caracterizados como lo que verdaderamente fueron y son, regímenes no democráticos e iliberales, estatalmente intervencionista el primero, mercadocrático el segundo.

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