Análisis: ruido sin rumbo en Washington con preocupación por impacto de aranceles en el dólar

Si bien no hay certeza sobre los niveles finales de los aranceles, preocupa su impacto en la economía y los activos financieros.

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Dólar. Foto: Archivo El País.

Jorge Sicilia, director de BBVA Research
Este año, la reunión de primavera del Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial (BM) en Washington se caracterizó por el ruido. En la calle, el habitual sonido de sirenas. En los seminarios y reuniones, la confusión sobre la política económica y su impacto. La interferencia informativa de la política de Estados Unidos fue el tema central. Para los economistas, separar la señal del ruido fue casi imposible, aunque el intercambio de ideas permitió irse con algunas conclusiones.

Las mayores preocupaciones siguen siendo el impacto de los aranceles en la economía y los activos financieros, especialmente del dólar. No hay certeza sobre los niveles finales de los aranceles, los procesos de negociación, o qué pedirá EE.UU. a terceros países para reducirlos. Ni siquiera sobre quién lidera las conversaciones. Con decenas de acuerdos simultáneos y cadenas de valor cruzadas, cerrar pactos en tres meses parece irreal. Lo más esperable en ese período son, si acaso, cartas de intención, pequeñas concesiones y una extensión del plazo.

Al menos, las reuniones sirvieron para que algunas delegaciones de países pusieran líneas rojas, explicaran la imposibilidad de atender algunas demandas de EE.UU. y para que el sector privado trasladara su inquietud sobre la inversión y el crecimiento.

Respecto a la economía de EE.UU., persisten dudas: ¿recesión, desaceleración y/o menor crecimiento potencial? La situación fiscal también preocupa. Sobre el resto del mundo, las dudas son sobre si se tomarán represalias, pero sobre todo si se van a hacer reformas para sostener el crecimiento o reorientar prioridades fiscales. Se confía en que Europa explote mejor el mercado único, avance en la unión de ahorro e inversiones, y aumente su gasto en defensa; aunque es más una esperanza que una expectativa. Sobre China, se percibe que, siendo paciente, quiere proyectar una posición de fortaleza. No obstante, la presencia de representantes de este país fue testimonial.

Algunas expectativas comunes: el choque arancelario será inflacionario en EE.UU. y desinflacionario en otros países; EE.UU. busca seriamente reindustrializarse y mantendrá aranceles, si bien más bajos que los anunciados; la lucha por materiales raros y semiconductores será intensa; y no existe apetito político en el Congreso para una corrección fiscal este año. El foco en Europa fue máximo: muchos piensan que este es un choque que les obliga a reaccionar.

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Dólares.
Foto: AFP

Un actor que ganó protagonismo la pasada semana fue Scott Bessent, secretario del Tesoro, que ahora también colidera iniciativas comerciales, para alivio de muchos. Por ello, sus mensajes sobre el futuro del FMI y el BM —otra gran incertidumbre tras la orden ejecutiva de enero— han recibido mucha atención, porque no era imposible que EE.UU. optara por abandonar estas instituciones.

Al FMI le pide que regrese a su mandato original —cooperación monetaria, crecimiento, evitar manipulaciones cambiarias y resolver desequilibrios de balanza de pagos—. EE.UU. rechaza que el Fondo dedique recursos a agendas paralelas como el cambio climático, y exige más rigor: le solicita que denuncie desequilibrios, incluso criticando el déficit fiscal de EE.UU. (ya veremos si recibe con la misma deportividad otras críticas a sus políticas) y presionar a países con superávits externos altos. Esta orientación del FMI ha sido bien recibida por muchos funcionarios de la institución; a falta de detalles.

El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, saluda camino a anunciar los aranceles recíprocos
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Foto: AFP

Al BM le requiere que, para reducir la pobreza y fomentar el desarrollo, la energía tenga un papel central: y que se apoye no solamente en renovables, sino también en nuclear y gas si garantizan seguro y asequible. Además, pide que deje de financiar a países que ya están desarrollados y reformar las licitaciones, que hoy cree dominadas por precios bajos distorsionados por subsidios estatales. Y que apoye que no se permita que empresas de países que han colaborado con Rusia en la invasión de Ucrania participen en su reconstrucción.

Estas exigencias muestran que hay un denominador común de EE.UU.: confrontar a China. Esta prioridad permea comercio, inversión, control de instituciones internacionales y política energética. China y el resto del mundo lo saben.

Esto puede reducir el ruido, pero no la preocupación. Cambiar reglas de juego tan profundas requiere una mejor estrategia con más colaboración, y mucho más tiempo.

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