Las respuestas posibles del multilateralismo a la guerra de los aranceles de Donald Trump

Tres errores que no debemos cometer en la relación con Brasil: ignorar su complejidad, “mercosurizar” el vínculo y “fronterizar” las relaciones.

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Guillermo Valles, ex canciller, ex embajador y funcionario de organismos internacionales

Hace una semana (5/5), eldoctor en Diplomacia Guillermo Vallescerró en Brasilia medio siglo de labor diplomática, que lo llevó a tener una presencia clave en negociaciones como el restablecimiento de las relaciones con China, la fundación del Mercosur o la instalación de la Ronda Uruguay del GATT. Fue embajador uruguayo en Japón, China, Brasil, Naciones Unidas y funcionario en OMC y Unctad, entre otros destinos. Valles reivindica el rol de las instituciones multilaterales, incluso en medio de una crisis del sistema donde “no todo viene de Trump”. El diplomático sostiene que la postura asumida por el gobierno de EE.UU. “es un desafío al derecho internacional” que está generando “buenas reacciones” en sentido contrario. Asegura que Uruguay tiene que reforzar sus alianzas “con los aliados de siempre”, en referencia a los defensores del libre comercio. En la región, subraya que Brasil, su último destino, “está siendo diplomáticamente cauto” y en referencia a las relaciones de Uruguay con el vecino norteño, advierte que hay que “desfronterizar, desmercosurizar y bilateralizar” el vínculo. Asimismo, repasa los “asuntos pendientes” con Brasil. A continuación, un resumen de la entrevista.

—La actitud de Estados Unidos, ¿es un tiro de gracia el sistema multilateral?

— No, creo que no. Nadie va a negar el impacto sistémico que está teniendo esta política de los Estados Unidos. Pero las debilidades de la OMC ya eran evidentes desde antes, en cuanto a la disfunción en algunos de sus pilares básicos, en la negociación en primer lugar, la ronda de Doha inacabada, la capacidad de legislar. Y Estados Unidos, ya desde antes, tiene responsabilidades en la pérdida de capacidad de la solución de diferencias en OMC.
Sin embargo, no todo viene de Trump, ni de éste Trump. Y toda fuerza genera una fuerza contraria, una reacción de revalorización de la institución, del concepto del comercio, no son pocas las manifestaciones en ese sentido. Quizás soy demasiado optimista, pero lo que estoy pensando es que puede llegar a plantearse en el curso de los próximos meses distintas iniciativas, no en línea con el sistema como lo conocíamos antes, pero que procuren una nueva consolidación del sistema multilateral.
Por ejemplo, en Europa hoy están muy interesados en firmar y ratificar el acuerdo con el Mercosur, también buscar nuevos socios, como India. Se comienza, por lo menos en círculos académicos allegados al poder, a estudiar la posibilidad de que la Unión Europea encuentre alguna forma de asociación con el TPP. En medio de una coyuntura compleja, hay gente pensando y trabajando en busca de relanzar negociaciones, inclusive arancelarias, entre grupos de países.
El momento es caótico y hay mucha incertidumbre, es cierto. Pero los temas que lidera OMC no dejan de estar en el centro de las discusiones.

—¿Por ejemplo?

— Un grupo de 28 países, que incluye a Uruguay, que ante la falta de un órgano de apelación en la OMC, se plantearon recrear una apelación mediante arbitrajes, de forma tal de mantener el sistema de solución de diferencias de la OMC. Y está ahí, desde 2017, no muy activo, pero está.
Por otro lado, un grupo también de países de tamaño medio o pequeños en términos económicos, que también incluye a Uruguay, acaba de hacer, el 9 de abril, una muy fuerte reafirmación a la cual se han plegado después otros países, que reafirma a la OMC como órgano central del sistema de comercio basado en reglas. Y eso ha tenido repercusiones positivas.
Por reacción, hay una defensa institucional y de rescate pragmático.

—¿Entiende que la OMC tiene posibilidades de recuperar su relevancia?

—Sin dudas. La postura de EE.UU. es un desafío al derecho internacional, es volver atrás a un sistema pre-1947, poniendo en riesgo, a través de medios no compartibles, todo el sistema. Pero insisto, la reacción, poco a poco, está siendo pro-institucional.

—¿Hay algo que pueda hacer hoy la OMC?

—Yo diría que sí. Creo que hay dos cosas básicas para hacer y que se pueden hacer. La regla del consenso, que era muy buena y nos protegía mucho a los países de menor tamaño y peso económico, tiene que ser revisada; eso lo permiten las reglas de la OMS y hay una cosa muy básica, muy primaria, que es que los acuerdos plurilaterales que puedan surgir no pueden ser objetados por aquellos que no son parte del acuerdo. Eso tiene que ser discutido.
El segundo tema es en términos de transparencia. Creo que uno de los grandes problemas que estamos teniendo en este momento, es que no sabemos —creo que ni en Estados Unidos se sabe— exactamente qué aranceles se aplican, sobre qué producto y para qué países. Por tanto, se hacen necesarios los informes periódicos sobre las políticas comerciales de OMC. Seguramente no van a contar con el auspicio de Estados Unidos, pero todos necesitamos saber exactamente qué está sucediendo.

—¿Qué alianzas deberíamos buscar ahora en este contexto como Uruguay?

—Las de siempre, de aquellos que piensan semejante. Más allá de pesos específicos diferentes, hay países con los que hemos coincidido siempre en la defensa del sistema multilateral. Suecia, Noruega, Corea del Sur, Hong Kong, Taiwan y otros, con los que trabajamos juntos a favor del libre comercio y la OMC. Pero también, en paralelo, tenemos que cerrar los acuerdos en que estamos empeñados…

—¿Cómo el que está pendiente con la UE?

—Exacto. Allí hay un claro ejemplo; nos hemos preocupado tanto por la ratificación del acuerdo que nos olvidamos de la etapa previa. Firmemos el acuerdo, después pensemos en la ratificación. Concretémoslo. Sobre el final de los años `90, recuerdo al presidente de Brasil entonces, Fernando Henrique Cardoso, diciendo que Europa tenía interés geopolítico en América Latina.

—¿Se repite esa situación ahora?

—Es que hoy, para Europa, es relevante un acuerdo de esta naturaleza. Aprovechemos este momento, firmémoslo; en el segundo semestre la presidencia pro témpore del Mercosur será de Brasil, están todas las condiciones dadas.

—¿Europa perdió relevancia en el contexto global?

—Creo que eso es una ficción. Para nosotros, en Uruguay, es imposible no itir que tenemos un pensamiento europeo, somos hijos de la ilustración y por lo tanto ése es el pensamiento, no me cabe ninguna duda basado en la racionalidad, en el desarrollo de la ciencia.
Por otro lado, el peso europeo es indudable. Francia lanzó una iniciativa, una suerte de asilo para científicos. ¿De qué se trata? Que los grandes académicos que salían de Europa e iban a América, hoy están retornando. ¿Por qué? Porque entre otras cosas, allí hay márgenes de libertad para desarrollar el pensamiento.

— ¿Hay sorpresa en la forma exponencial que China creció y logró ese papel preponderante?

—A fines de los años `80 quienes teníamos obligaciones diplomáticas en China, proyectábamos el futuro y todos imaginábamos el impulso que tendría la economía de ese país, pero no con la rapidez que ocurrió. Lo imaginábamos como algo que iba a llevar mucho tiempo, dadas las condiciones imperantes en China. Pero fue un proceso acelerado difícil de imaginar. Y detrás de todo eso está, fundamentalmente la aceleración de la revolución tecnológica; montado en ella se dio el increíble proceso económico chino en unas pocas décadas.

—¿Hay un punto de o en la China de hoy con el Japón de hace 4 o 5 décadas?

—Tuve el privilegio, al final de los años `70 de vivirlo en el lugar. En ese entonces, el desafío a la hegemonía de Estados Unidos era Japón. Las quejas por la desindustrialización estadounidense eran con Japón.
Es similar en cuanto al porcentaje del PIB estadounidense representaba Japón. Parecido a la relación EE.UU.-China hoy.
¿Cuál es la gran diferencia? Japón era un aliado estratégico de Estados Unidos, bajo el paraguas de defensa de los Estados Unidos.
También era una civilización diferente, como China, pero con una tradición de apertura que ya venía de mucho tiempo antes. Había un largo proceso de adaptación de su sociedad, su integración al mundo. Pero además, en el caso de Japón estamos hablando de una democracia liberal, capitalista, democrática, multipartidista y con otro tipo de valorización del principio de la libertad.
Aquel proceso resultó mucho menos agresivo y desafiante que lo que ocurre en la actualidad con China, visto desde Estados Unidos. Aquel era un desafío económico y tecnológico. Este es económico, tecnológico y con componentes políticos y de seguridad.

—Su último destino fue Brasil; ¿cómo define el posicionamiento del gobierno brasileño ante la actual crisis arancelaria?

—Creo que Brasil ha sido extremadamente cauto. Estoy absolutamente convencido que la muy profesional diplomacia y conducción económica y comercial del vicepresidente y Ministro de Industria, Comercio y Desarrollo Geraldo Alckmin, ha sido la correcta. El presidente Lula le otorgó esa conducción, y Alckmin es un hombre cauteloso, firme, que junto a Itamaratí ha manejado muy bien esta etapa. Además, a diferencia de muchos países, Brasil tiene otra condición con respecto a Estados Unidos. No podía ser categorizado como abusivo de su relación con EE.UU. porque desde el 2006, es deficitario en su comercio con Estados Unidos. Entonces, el mote de abusador no cabe en este caso. Luego, tiene una larga tradición de negociación con Estados Unidos. Y refuerzo lo que decía antes: cautela, porque desafiar verbalmente a Estados Unidos tiene sus costos.

— Desde el punto de vista de Uruguay, ¿estamos haciendo las cosas bien en nuestra relación con Brasil?

—Yo creo que venimos bien, aunque tenemos que seguir profundizando el vínculo. Hay tres riesgos a tener en cuenta: uno es ignorar la complejidad de Brasil; tenemos un conocimiento casi turístico de Brasil. Tendemos a interpretar a Brasil en función de nuestros propios parámetros que son absolutamente diferentes. El segundo riesgo es el de “mercosurizar” toda nuestra relación con Brasil. Por ejemplo; logramos en el último período un acuerdo en materia de zonas francas, muy importante, y fue bilateral. Hay una bilateralidad que tenemos que saber explotar en todo momento, más allá de coincidencias políticas o no. Y el tercer elemento, es no “fronterizar” nuestra relación; los 1.050 kilómetros de frontera que tenemos con Brasil, muy importantes, son apenas una pequeña parte de todos los asuntos que nos deben interesar de la relación con nuestro vecino.

—Deme un ejemplo…

— Cooperación científica. Brasil tiene centros de punta en materia de desarrollo tecnológico. ¿Qué estamos haciendo con ellos? En materia espacial, donde Brasil también es una pequeña potencia. Otro más: ¿estamos haciendo algo en materia de investigación médica y desarrollo farmacéutico? ¿Cuánto exploramos la posibilidad de colocar nuestros servicios en Brasil? Le vendemos servicios a EE.UU. pero tenemos a un país-continente al lado y no tenemos ni siquiera bien medido nuestro comercio de servicios con Brasil.

—¿Qué quedó pendiente en este periodo de la embajada?

—Una de las cosas que me hubiera gustado desarrollar más, son los proyectos de infraestructura en el modo hidroviario; tenemos dos grandes proyectos. Uno es la salida al mar de Mato Grosso Sur por el Atlántico, que pasa por Nueva Palmira. La producción del oeste de Brasil, sobre todo minerales. Hoy, el tonelaje de mineral de hierro que se trasborda en Uruguay es mayor al tonelaje de celulosa que se trasborda en Nueva Palmira. Pero eso se va a multiplicar por 10 en los próximos 7 años. ¿Estamos preparados para eso? En la otra margen, Laguna Merín. ¿Qué significa que un millón de hectáreas uruguayas con capacidad agrícola pasen efectivamente a producir trigo, sorgo, madera en forma intensiva y con otros costos, transportarlo hacia el puerto de Río Grande, que es la mitad de la distancia a Montevideo y con una huella de carbono notoriamente menor. Eso sería una revolución en el territorio más deprimido socialmente que tenemos nosotros y también del estado de Río Grande. Una verdadera revolución. Y ahí estamos a punto de llegar. A fin de este año tiene que comenzar el dragado y eso nos comprometimos. Pero eso no es todo…

—¿Qué más destaca?

—Me quedó en el debe poder avanzar en acuerdos en el modo ferroviario. Lo que se llama la malla sur de Brasil, que están necesitando modernizar, con una velocidad muy baja para sus trenes. Hoy en Uruguay tenemos un tendido renovado desde Paso de los Toros a la Frontera y desde Paso de los Toros a Montevideo el Ferrocarril Central, en mejores condiciones. Hay que sentarse seriamente a conversar sobre eso. Sería muy importante para el norte del país.

—Hoy, con 50 años de carrera y has atravesado los distintos gobiernos democráticos en el país, ¿podemos decir que Uruguay ha tenido, más allá de perfiles, una línea diplomática y de relaciones exteriores común?

—En general ha tenido una línea común, sí, pero también es justo decirlo, la política exterior ha estado sacudida también por una suerte de relanzamiento que no fue del todo buena. Y eso ocurrió, por ejemplo, en el primer gobierno del Frente Amplio. Y hablo más de personas que de instituciones o partidos. Y me consta que el presidente Tabaré Vázquez no participaba de esa idea, tampoco la subsecretaria Belela Herrera. (N de R: la referencia es al ex canciller Reinaldo Gargano). Los ánimos refundadores de la política exterior tienen que estar limitados, sobre todo en un país como el Uruguay.
Cada gobierno le da su propio énfasis, pero debemos entenderlo como política de Estado; y eso no es solo de Poder Ejecutivo, de Cancillería, tienen que ver también con el parlamento. Hay muy buenas condiciones en el servicio exterior uruguayo para ello, tiene que ser apoyado desde afuera por el sistema político también.

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