“Es el fin del mundo tal como lo conocemos y no me siento bien" podría refrasearse la clásica canción ochentera de la banda estadounidense R.E.M. para resumir las implicancias globales de las políticas de Trump abordadas en columnas previas. ¿Cuáles serían las consecuencias de corto y mediano plazo para la economía uruguaya? ¿Cómo viene el 2025 y más allá?
Es cierto que la incertidumbre ha aumentado considerablemente en las últimas semanas tras los anuncios arancelarios realizados por Estados Unidos y sus consecuencias posteriores. Pero quizás más importante sean algunas certezas que van apareciendo.
Con políticas proteccionistas y antiglobalizantes, no sólo es menor el crecimiento de corto plazo para la economía mundial, sino más relevante, también su crecimiento potencial. Y eso determina estructuralmente menor expansión del comercio global, peores precios de commodities y desaceleración de los volúmenes exportados.
Claramente son efectos negativos para economías pequeñas y dependientes del resto del mundo como es el caso de Uruguay. Pero a los que deben sumarse los impactos financieros provenientes de los mayores riesgos de un mundo de crecimiento económico mediocre, de las malas políticas compensatorias que podrían emerger y de los menores flujos de inversión extranjera. Todo lo cual podría amplificarse en la economía uruguaya vía los efectos negativos en los desempeños de Argentina y Brasil.

La primera consecuencia adversa para Uruguay es cierta baja en el crecimiento económico de largo plazo. Esto podría reflejarse en la próxima convocatoria del Ministerio de Economía al Comité de Expertos del PIB potencial.
Con políticas proteccionistas y antiglobalizantes, no sólo crece estructuralmente menos la economía mundial, sino también Uruguay. Son un desincentivo a la productividad e indirectamente también a la inversión en capital físico. Debería venir una reducción en el PIB potencial, cuyo crecimiento el Banco Central estima en 2,5% y los expertos convocados en una cifra parecida.
La segunda consecuencia adversa potencia la anterior y refiere a cierta parálisis de la inversión extranjera directa. En un mundo de altísima incertidumbre y aumento del costo de capital, no son esperables grandes flujos hacia países emergentes, ni hacia Uruguay en particular. Si bien el país se ve defensivo en términos de algunos riesgos, no muestra rubros o sectores atractivos por márgenes o rentabilidades. Ni se proyecta al gobierno muy proactivo para atraer inversiones desde Estados Unidos o China. La estrategia, como se ha dicho, parece ser “volar bajo el radar”.
Por último, las tasas internacionales relevantes y el consiguiente costo de financiamiento soberano de Uruguay no necesariamente volverán a ser tan bajos como lo fueron en la década pasada o a principios de esta.
En síntesis, más allá de algunas oportunidades que podrían enfrentar alguna empresa o rubro económico, el balance de mediano plazo de este nuevo (des)orden mundial sería desfavorable para Uruguay, en términos de mayores riesgos y peores perspectivas económicas.
Pero mucho de este escenario ya se empezará a reflejar en 2025. El mediano plazo es ahora, podría decirse.
Más allá de las negociaciones comerciales en curso, es un hecho que habrá más proteccionismo e incertidumbre. Eso se ha venido reflejando en menores estimaciones de crecimiento para Estados Unidos, China y el resto del mundo, éste y el próximo año. La economía mundial ya se está desacelerando.
En ese contexto, la economía uruguaya iría de más a menos durante este año. Durante el primer trimestre el PIB habría retomado el crecimiento intertrimestral (respecto al cierre de 2024) y se habría expandido alrededor de 3,5% interanual, pero muy favorecido por factores puntuales como el bueno desempeño del agro por condiciones climáticas muy favorables, la normalización de precios relativos con Argentina y algunos efectos del calendario (Semana de Turismo en abril en vez de marzo). Por eso, el consenso contempla fuerte desaceleración de la actividad para el resto del año.
Si bien hubo mejor desempeño de algunos sectores de oferta ligados a las exportaciones, las perspectivas para la demanda interna no se ven favorables. Por un lado, la expansión del consumo privado seguiría siendo mediocre en un contexto de menor crecimiento del PIB potencial y de la masa salarial. Por otro, la caída de márgenes y el deterioro del clima de negocios, no anticipan recuperación de la inversión. Todo lo contrario.
A su vez, ni la política fiscal, ni la instancia monetaria, serían expansivas para contrarrestar el desimpulso externo.
Las finanzas públicas exigen ajustes para retomar una senda de sostenibilidad. Sin grandes espacios por el lado del gasto, alzas de la carga tributaria no están descartadas. No transferir la baja internacional del petróleo es parte de ese enfoque.
Paralelamente, con las expectativas inflacionarias en 6% anual o más, la política monetaria seguiría siendo restrictiva por un tiempo prolongado. Así, las condiciones financieras jugarían en contra tanto por razones externas como internas.
En conclusión, no se ve un panorama muy alentador para economía uruguaya, ni a la larga, ni a la corta. Las perspectivas desfavorables y los mayores riesgos pueden acrecentarse o atenuarse en función del tipo y calidad de reacciones de política y liderazgo del nuevo gobierno. Hasta ahora las señales han sido escasas, pero el verdadero partido empieza a jugarse desde hoy, pasadas las elecciones departamentales y municipales. Ya veremos cómo. Ya lo analizaremos en próximas columnas.