Natalia Trzenko / La Nación/GDA
Atrapados —el policial de Netflix que es lo segundo más visto de la plataforma detrás de, irremediablemente, Adolescencia— está basada en una novela de Harlan Coben, el prolífico escritor de historias policiales que en 2018 firmó un contrato con la plataforma para la adaptación de catorce de sus 35 novelas en formato de serie, una lista de la que ya se estrenaron Solo una mirada, Ni una palabra y Bosque adentro, realizadas en Polonia; Por siempre jamás, ambientada en Francia y El inocente, de España.
En Atrapados uno de los relatos de Coben viajó a Bariloche, donde transcurre la historia de Ema (Soledad Villamil), una periodista que mientras investiga un caso de abuso sexual se topa con la misteriosa desaparición de Martina (Carmela Rivero), una adolescente que resulta ser compañera de colegio de su hijo Bruno (Matías Recalt).
Atrapados además confirma la capacidad de la industria argentina de hacer productos así, de factura internacional.
—¿Leíste la novela antes de empezar a grabar la serie?
—Sí, diría que la leí casi en paralelo con los guiones. Obviamente, la novela es muy atrapante, pero creo que en el caso de los guiones se tomaron muchas decisiones de adaptación muy buenas. Miguel (Miguel Cohan, guionista y showrunner) y su equipo hicieron un gran trabajo. Decidieron pasar del ambiente urbano en el que transcurre el libro a una ciudad pequeña lo que cambia mucho el tono del relato. Además sumaron el tema del grooming y el acoso virtual que no estaban en la historia original. En la novela hay una chica que desaparece, pero los motivos son otros. Igual no tiene sentido ir marcando diferencias entre la serie y el libro. Ambos son policiales cautivadores.
—Y en el caso de la serie es muy local también. Aunque es una historia que podría ocurrir, y de hecho fue pensada para ocurrir, en otro lado también tiene características propias porque la acción transcurre en Bariloche.
—Me parece que todo resulta muy verosímil. Estos personajes viven en Bariloche, les pasan estas cosas, están en la Argentina. Nada de lo que pasa lo sentís como algo fuera de lugar o fuera de un tiempo concreto. El color local está presente. Poder hacer algo argentino para el mundo, me convocó desde el principio. Me pareció una ecuación muy buena, muy positiva.
—¿Cómo fue la experiencia de grabar la serie en Bariloche?
—Fue espectacular y al mismo tiempo desafiante. Porque era mucho laburo. Creo que es la primera vez en mi carrera que no tengo un solo día libre en un rodaje. Estar en Bariloche nos permitió también estar muy concentrados. Las actrices y los actores nos quedamos todos en un mismo hotel, entonces era como un 24/7 de pensar en las escenas, en los personajes, de juntarnos a pasar la letra, de juntarnos con los directores. Éramos como un equipo de fútbol concentrado antes del Mundial.
—El paisaje, además, es fundamental para la trama.
—Sí, porque Bariloche tiene ese esplendor geográfico que también aporta mucho en el sentido de lo dramático, de la narración. Ibas al set y había una sensación especial al sentir el aire frío en la cara, el viento de la montaña, el agua...
—Uno de los temas que atraviesa toda la serie son los vínculos entre padres e hijos. Es una dinámica que aparece en cada aspecto de la trama.
—Es muy interesante porque se muestra un espectro de distintos tipos de familias y cómo en algún momento de la vida de esos padres y esas madres les llega un momento, una situación en la que su hijo se convierte en una especie de desconocido. En Ema hay algo de ingenuidad o omnipotencia cuando piensa que si escucha al hijo no iban a atravesar por las situaciones típicas de la adolescencia. Se siente una madre “progre”, que escucha, que entiende, que no tiene problema en que se hagan fiestas en su casa, pero en realidad emocionalmente está bastante desconectada. Me acuerdo que les decía a los autores que yo me imaginaba que cuando el hijo era chiquito, el que iba a las reuniones del jardín era el papá. O que llegaba tarde y le pedía al marido que le contara después. Claramente, es una mujer que tiene su libido puesta en el trabajo. Se sale del arquetipo y eso me fascinó.
—El lado de la historia que se enfoca en los conflictos del grupo de estudiantes de secundario también se corre de los usuales retratos de los adolescentes.
—Es que el hecho de vivir en Bariloche hace que tal vez no tengan los mismos estímulos que los chicos de su edad que viven en una gran ciudad y eso hace que los vínculos sociales y los grupos de amigos cobren mayor protagonismo. Y esos lazos en la adolescencia de este grupo se empiezan a poner cada vez más oscuros. De todas maneras, la computadora, las redes sociales y todo lo que implican forman parte de su mundo, más allá de dónde viven. Algo que forma parte central de la trama.
—Una particularidad de la serie son sus protagonistas. Por un lado aparecen intérpretes con larga experiencia —como vos, Juan Minujín, Alberto Ammann, Fernán Mirás y Mike Amigorena— y por el otro los actores jóvenes que ponen en marcha la trama como Recalt y Rivero, que debuta en la ficción.
-Me encantó poder compartir la experiencia con este grupo de actores y actrices jóvenes, que no solo son buenísimos sino que creo que tienen esas mismas ganas que yo recuerdo haber tenido cuando empecé, y que creo no haber perdido del todo. Son ganas de estudiar, de aprender y de entender el mundo de la actuación. Durante el rodaje se sentía esa energía, además eran un grupo bastante sólido que se movía en bloque por Bariloche. Siempre es super valioso trabajar con generaciones diferentes a la propia, ya sean mayores o más jóvenes. Son miradas distintas que aportan un montón a tu interpretación y al proyecto en general.