Isabella, la hija de Valeria Lima (44), tiene 10 años. El día que cumplió 6, su madre la miró a los ojos y, de golpe, le cayó la ficha: ella tenía esa misma edad cuando su padre la subió por primera vez a un escenario para cantar frente al público. Lejos de ser un momento soñado, el debut de quien hoy es una de las cantantes de tango más importantes de Uruguay fue tan olvidable que ni recuerda qué cantó ni cómo se sintió. Simplemente lo bloqueó. "Hoy lo pienso y me parece una locura absoluta", confiesa a El País.
Lo que le queda de esa experiencia son apenas flashes: los nervios por el viaje en ómnibus de su Rosario natal a Colonia Valdense, la cena con su padre, y el jabón que se robó del hotel, y que aún conserva: "No tiene color, pero está entero", dice la que empezó a coquetear con el escenario desde muy chica por mandato de su padre, quien, al captar su don vocal, la inscribió en clases de piano y canto sin consultarle. Ese jabón descolorido archivado en un cajón, quizás, sea hoy un recordatorio para no repetir la historia.
"Él hizo todo lo que estaba a su alcance para que yo hiciera lo que él soñaba hacer con su vida y no pudo. Algo que con los años entendí, pero no recomiendo hacer con los hijos", se sincera Lima.
El tiempo pasó, y aunque tuvo otras vocaciones, la música se convirtió en su profesión, su pasión, y en el espacio donde canalizar su amor por la docencia: hace 12 años dirige su propia escuela de canto. Recién en los últimos años, dice, empezó a disfrutar plenamente, cuando entendió que la música va más allá de la técnica, que puede ser un puente real para conectar con los demás y conmover.
El punto de inflexión llegó a sus 22 años, cuando ganó Casting, el novedoso certamen de talentos que emitió Canal 12. Esa vez, tampoco fue ella quien decidió postularse, sino una amiga que la anotó a escondidas y la llevó a dar la prueba.
Aquel programa fue puro goce, y marcó un antes y un después en su vida. Reconoce que la exposición le allanó el camino, y entre las puertas que se le abrieron, una llamada de Federico García Vigil la sorprendió especialmente. El entonces director de la Orquesta Filarmónica de Montevideo le contó que miraba Casting todos los domingos junto a su esposa, y la invitó a participar de las Galas de Tango, que se hacían en el Palacio Legislativo. Esa vez, sintió que tocaba el cielo con las manos.
Pasaron dos décadas y desde la Filarmónica no han dejado de convocarla. El próximo 9 de mayo volverá a cantar en la Gran Gala de Tango en homenaje a Aníbal Troilo en el Teatro Solís, y eso la llena de alegría. "Es un honor cada vez que piso ese escenario, o cuando salimos a recorrer los barrios con la Filarmónica. Agradezco a la vida y a quienes siguen confiando en mí", expresa.
Las entradas están a la venta en Tickantel y todo lo recaudado será destinado a la Fundación Amigos del Teatro Solís.
A continuación, un resumen de la emotiva y sincera charla que Valeria Lima mantuvo con El País, en la antesala de ese gran show con la Filarmónica que, según confiesa, le eriza la piel.

Hace un par de años que Valeria Lima canta en el bar Fun Fun, un escenario que le ofrece una experiencia única. "Te da la cercanía absoluta con la gente", asegura. Este clásico de la noche montevideana, con su mezcla de turistas y parroquianos locales, le permite una conexión especial con el público, que a veces puede ser más exigente porque "se conocen de memoria tu repertorio".
Una de esas sorpresas sucedió hace menos de un mes, cuando se dio vuelta durante su show y vio a Alejandro Lerner, como uno más, en una mesa. "Una locura", recuerda. Durante todo el espectáculo, el músico argentino aplaudió y tarareó los temas. Al final, Lima se acercó a saludarlo y él le dedicó palabras muy lindas. "Fue muy respetuoso, no quiso hacerse fotos ni armar alboroto durante el show", destaca, irando la humildad de Lerner.
—Tu papá era maestro, descubrió tu don vocal, te mandó a clases de piano y con 12 años eras profesora de solfeo, ¿dabas señas de que querías ser artista?
—No, lo eligió él. Mi padre tocaba la guitarra, descubrió que yo afinaba y, desde los tres años, ya cantaba con él en los actos escolares. A los seis hice mi primera actuación contratada en el ex Hotel Brisas del Plata, en Colonia Valdense. Yo vivía en Rosario, y ese viaje en ómnibus, que duró 10 minutos, para mí fue como ir a Nueva York. No puedo recordar el show, lo bloqueé, pero sí el después: la cena con mi padre y el jabón que me robé del hotel.
—¿Tenías otra vocación o no llegaste a identificarla?
—Quería ser maestra, como mi padre, pero su respuesta fue: "Para morirse de hambre, alcanzo yo". También quise ser abogada y veterinaria, pero no tenía posibilidad de mudarme a Montevideo para estudiar. Pude haberlo intentado más adelante, pero ya estaba metida de lleno en este mundo.
—¿Qué te motivó a presentarte a Casting?
—Tampoco fue decisión mía. Me inscribió una amiga de mi pueblo, tocaya y 13 años mayor, sin avisarme. Me llevó al Teatro Macció a hacer la prueba y me dijo: "Tenés que elegir dos temas". Yo no me anotaba en certámenes y ella lo sabía. Canté "Madreselva" y "Melodía de arrabal", porque venía de ganar un concurso de tango a los 15.
—Disfrutaste esa experiencia en televisión? ¿Te gustó hacerte conocida?
—Fue muy disfrutable y sano porque éramos como una familia con los participantes. No existían las redes y no tuvimos que vivir esa carnicería. Llegábamos al canal y nos esperaban cartas, dibujos y mensajes de todo el país. La mayoría éramos del interior, nos íbamos juntos a Tres Cruces después de grabar, y la gente se amontonaba para sacarse fotos con nosotros.
—¿Ganar Casting fue un regalo? ¿Esperabas triunfar?
—Sí. En Canal 12 era muy feliz, pero al volver a Rosario sentía la presión de mi padre por la competencia. Ya no vivía con él, pero hasta los 18 habíamos cantado juntos y su opinión me pesaba mucho. No esperaba ganar. De hecho, mi favorita era Natalia, de Maldonado, que llegó a la final. Pero el público me eligió, y fue un mimo increíble. Todavía hay gente que me dice: “Yo te voté”. Esa noche, mi padre estaba en la platea, orgulloso, y yo feliz de poder darle esa alegría.

—¿Te han convocado para ser jurado en programas de talento?
—Sí, pero he rechazado varias propuestas. Hoy pesan mucho las redes, e importa más la ruta personal que el talento. Hoy garparía un montón que yo hiciera terapia en televisión, y como para mí no va por ahí, me he abierto de varios proyectos.
—Recibiste propuestas para irte a trabajar a Buenos Aires y Nueva York, ¿por qué las rechazaste?
—Sí, me ofrecieron quedarme a trabajar en Nueva York y en Buenos Aires, pero siempre volví. En Nueva York fui a cantar "El día que me quieras" en el casamiento de la hija de un empresario uruguayo, por invitación de Julio Frade. El padre de la novia me propuso abrirme puertas para instalarme allá, pero yo tenía una gira por los 19 departamentos y volví. En Buenos Aires me ofrecieron cantar de lunes a lunes en un bar tipo Fun Fun, pero sentí que si repetía todos los días lo mismo, se desvanecía mi objetivo. Me costó mucho encontrarme con la música como para desencontrarme por eso. No sé si hice bien o mal, pero no estoy arrepentida.
—¿Te quedó pendiente hacer más televisión?
—Sí, me bajé de proyectos por inseguridad, pero me encantaría hacer un formato musical, donde pueda charlar y cantar con colegas artistas. Sé que algún día se dará.
—¿Qué otro proyecto tenés en el debe?
—Mis "debes" tienen que ver con mi trabajo personal, con dejar de boicotearme y no creer que no puedo. Es entender que el peligro, el cansancio y el miedo que sentía de niña ya no son tales. Mi cuerpo quedó predispuesto a ese estado de alerta y a no disfrutar. Debo trabajar en mí para poder recibir de la mejor manera todo lo que venga.