Un viaje al Fin del Mundo

La Antártida siempre se sintió como un continente lejano, extremo y reservado para exploradores y científicos. Trece días de expedición en un territorio helado sonaban desmesurados. No sabíamos qué esperar ni qué haríamos durante ese tiempo. La incertidumbre nos acompañó hasta el último momento.

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Livinstong Island.
Livinstong Island.
Cecilia Solari Scheck.

Llegamos a Punta Arenas para tomar el vuelo a la isla King George, pero las condiciones climáticas en el lugar de aterrizaje eran extremas. No podíamos hacer más que esperar y recorrer la ciudad. Cada seis horas recibíamos actualizaciones sobre el estado del vuelo, pero la situación no cambiaba. Varados frente al Estrecho de Magallanes, la paciencia se convirtió en nuestra única aliada. La espera solo reforzaba la sensación de que la Antártida sigue siendo un territorio inalcanzable.

Camino al Fuerte Bulnes, llegó la llamada que todos esperábamos: debíamos ir al aeropuerto. El bus estalló en aplausos y festejos. Dos horas más tarde, aterrizábamos en King George. Desde allí, subimos a un zodiac que nos llevó mar adentro, cruzando aguas heladas hasta el Greg Mortimer, nuestro hogar flotante por los siguientes diez días. En ese momento, el frío cortante y la inmensidad blanca que me rodeaba pasaron a segundo plano. Solo pensaba en que estaba a punto de pisar un lugar al que pocos han llegado.

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Vuelo de Antartic Airways desde Aeropuerto Internacional de Punta Arenas.
Cecilia Solari Scheck.
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Two Hammock Island.
Cecilia Solari Scheck.

Al abordar el barco, nos recibieron con una cálida bienvenida y nos explicaron las reglas: no podíamos contaminar nada en los landings; cada paso debía ser medido para no alterar ese ecosistema frágil. Inmediatamente ensayamos una emergencia, recordando que en estas latitudes, cualquier error puede ser crítico.

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Expedición próxima a King George Island.
Cecilia Solari Scheck.

Salimos a explorar

El ritmo del viaje estuvo marcado por reconocimientos cada vez más impresionantes. Cada día que pasaba, la capacidad de asombro se expandía. La primera salida en zodiac fue un bautismo de fuego. Entre capas de abrigo, botas especiales y chalecos salvavidas, surgían preguntas inevitables: ¿llevo suficiente ropa? ¿Estoy realmente preparada?

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Deception Island: uno de los únicos lugares en el mundo donde los barcos pueden navegar directamente hasta la caldera de un volcán activo.
Cecilia Solari Scheck.

En el mudroom, nos equipamos y desinfectamos las botas antes de abordar el bote amarrado al barco. Ya en el agua, rodeados por montañas de hielo y un océano inquieto, los expertos a bordo nos explicaban lo que veíamos: formaciones glaciares que parecían esculturas talladas por el viento y la historia de un continente inmutable.

Exploración de la Caldera: la isla Deception se encuentra en las Islas Shetland del Sur. La isla tiene una forma aproximadamente circular y en forma de herradura, con un diámetro máximo de alrededor de 15 km. Más de la mitad de la isla está cubierta por glaciares de hasta 10 m de espesor, morrenas con núcleos de hielo o depósitos piroclásticos cubiertos de hielo.

Cada mañana comenzaba con el wake-up call, una voz que nos despertaba informándonos en qué coordenadas estábamos y cuál sería el plan del día, sujeto a los caprichos del clima. Las comidas, tipo buffet, se disfrutaban en un ambiente relajado, con una atención que iba más allá del servicio: sabían nuestras preferencias, nos llamaban por nuestro nombre y nos hacían sentir parte de una familia de exploradores.

Pisar la Antártida

Nuestro primer landing en un iceberg fue surrealista. A cinco metros de nosotros, un grupo de pingüinos transitaba su vida cotidiana, ajeno a nuestra presencia. Cuando regresábamos al barco, sonó la radio: tres ballenas jorobadas habían sido avistadas a pocas millas. El zodiac cambió de rumbo y en cuestión de minutos, las teníamos frente a nosotros, deslizándose en el agua con una calma imponente.

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El Greg Mortimer abriéndose paso frente a Danco Island.
Cecilia Solari Scheck.

Más al sur, llegamos a la isla Danco, donde por primera vez pusimos pie en el continente antártico. La sensación fue indescriptible. Era como pisar otro planeta. Todo lo que nos rodeaba se sentía prístino, virgen, intocable. Subimos hasta la cima de una colina en un hiking agotador pero inolvidable. Desde allí, la vista era la más espectacular que jamás haya visto: un horizonte de blancos y azules imposibles, el aire más puro del mundo y un silencio que lo envolvía todo.

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Impactante formación de lava en Edinburgh Hill.
Cecilia Solari Scheck.

Edinburgh Hill es una colina rocosa que se extiende desde la costa este de la Isla Livingston, en las Islas Shetland del Sur. Una formación de 180 metros constituida por flujos de lava y capas de ceniza que tienen más de 400 millones de años. La mitad inferior está formada por columnas de basalto. Los tipos de roca encontradas incluyen también andesita, tracita y tufos.

Al final de cada jornada, nos reuníamos en la sala principal para repasar las exploraciones del día. Geólogos, biólogos y especialistas compartían detalles sobre lo que habíamos visto, desde la historia del hielo hasta la fauna que habita este continente inhóspito.

Al final, la zambullida

Además de las exploraciones diarias, quedaba un desafío por delante: el Polar Plunge. Desde días antes, la pregunta circulaba entre los pasajeros: ¿te vas a animar? Cuando finalmente llegó el momento, el wake-up call fue claro: luego del desayuno, nos esperarían en el mudroom con nuestras batas.

Nos recibieron con música de AC/DC y un deck flotante desde donde saltaríamos al agua gélida, rodeados de altas montañas y glaciares azulados que no parecían reales por su perfección. No hay lugar a duda, ¡hay que hacerlo! La corriente helada me envolvió de inmediato. Fue un impacto brutal que duró solo segundos. Salir del agua resultó una victoria personal. Nos esperaban con toallas, un shot de vodka, una remera que decía I survived polar waters y un certificado de lunáticos. Más que un desafío físico, fue enfrentar el miedo y vencerlo.

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Llegó la hora del Polar Plunge.
Cecilia Solari Scheck.

Por delante nos quedaban dos días de navegación por el temido Pasaje de Drake, ese tramo de mar indomable que ha puesto a prueba a generaciones de exploradores. Íbamos preparados, con los medicamentos a mano, listos para enfrentar su furia. Pero esta vez, el Drake nos mostró su lado más amable.

Isla Pingüino. Una de sus características geológicas más destacadas es el Pico Deacon, un cono volcánico de 170 metros (560 pies) de altura, que se cree estuvo activo por última vez hace unos 300 años. Para quienes se sientan con energía, hay un sendero marcado que lleva hasta la cima. Desde allí se obtienen vistas inigualables de toda la isla y más allá, sobre la Bahía King George.

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Isla Pingüino.
Cecilia Solari Scheck.
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Pico Deacon.
Cecilia Solari Scheck.

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Entre las focas antárticas se incluyen las focas leopardo, las cangrejeras, las de Weddell, las de pelo antárticas y las de Ross.
Cecilia Solari Scheck.

Cruzando el umbral

Desde la cubierta del Greg Mortimer, rodeada de hielo, me di cuenta de que no solo estaba cruzando un espacio geográfico, sino también un umbral hacia una historia de exploración que ha marcado a quienes se han atrevido a llegar hasta aquí. Como lo hicieron los pioneros, como lo hizo Shackleton en su lucha por la supervivencia, como lo seguirán haciendo quienes busquen conquistar este rincón remoto del mundo.

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Las expediciones exigen al máximo a los exploradores.
Cecilia Soalri Scheck.

La Antártida sigue siendo un territorio indomable, un continente que no pertenece a nadie, pero que nos enfrenta a nuestros propios límites. Cuando en 2045 el Tratado Antártico llegue a su vencimiento, quizás el mundo deba decidir si sigue protegiendo este santuario de hielo o si lo expone al mismo destino que tantas otras tierras vírgenes. Por ahora, queda intacto. Y tuvimos el privilegio de verlo así.

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La maravilla del cielo cuando el día llega a su fin.
Cecilia Soalri Scheck.

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