Historias frente al mar: con Pablo Etchegaray

En enero recibió el premio Leyenda del Surf. El reconocimiento dio pie para evocar otros recuerdos que lo vinculan al océano más allá de las olas. De la creación de un museo, que en realidad son cinco, de visitantes ilustres, de recuerdos y de su insaciable curiosidad, de todo eso habla en esta entrevista.

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Pablo Etchegaray, Museo del Mar, Punta del Este.
Natalia Ayala.

La relación de los fernandinos, tanto oriundos como adoptados, con el mar es profunda. Trasciende la época que sea del año y las condiciones climáticas. Para muchos, dejar ir la mirada hasta el horizonte es parte de un ritual de meditación diario, como también lo puede ser caminar por la playa, bañarse, navegar o practicar cualquier deporte en el agua. Para algunos, no hay otro lugar para vivir que no sea ese, con sol o en días nublados, con olas o sin ellas. Para Pablo Etchegaray, vinculado a la costa desde niño, este entorno es mucho más. Instalado en La Barra desde hace 32 años, ha visto expandirse el balnerario más de lo que imaginó al llegar. Allí, plantó los primeros árboles, vio cómo se trazaban las calles y construyó una pequeña casa de madera (que no ha parado de ampliar) en la que dispuso una inmensa colección de objetos que recolectó por el mundo y que conforman el Museo del Mar. “Armé mi colección durante toda la vida. Guardarla en cajas era egoísta, así que me animé a abrir las puertas para que todos pudieran apreciarlo conmigo. Hoy no es un museo, sino cinco. En el más reciente, el Museo del Libro Antiguo, expongo más de 12 mil ejemplares”.

El pasado 12 de enero recibió el premio Leyenda del Surf, un reconocimiento otorgado por los organizadores de la Copa Toyota Río de la Plata 2025. La ocasión, que pone en valor su rol como fundador de la Unión de Surf del Uruguay, sirvió como excusa para conversar sobre lo que ha hecho a lo largo de 67 años, intrínsecamente ligado a Maldonado.

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Museo del Mar, Punta del Este.
Natalia Ayala.

–¿Qué lo llevó a fundar un museo que ahora se propone como cinco en uno?

–A raíz del coleccionismo, de la obsesión por buscar, por investigar, por averiguar. Eso es lo que me lleva a fundar el museo. Por ejemplo, ahora saqué los libros. Tenía que ver la edición, el año, los autores, cómo era la biografía de unos y otros, qué frases tenían que se pudieran destacar. Toda la información para ir poniéndolos uno por uno en su vitrina. Son procedimientos que llevan mucho tiempo. Lo repito siempre, en mi vida nunca me aburrí. Siempre tengo cosas que hacer. Hay amigos que me dicen, 'venite a charlar un rato si estás aburrido'. Me río y les digo: 'yo nunca estoy aburrido'.

–¿Eso lo vive como un privilegio?

–Sí. Incluso te digo más, vivo solo con mis mascotas, nunca me sobra tiempo. Siempre estoy atrasado. El día que me pongan en el medio de la nada, voy a encontrar cosas para hacer. Cuando me vine a La Barra tenía la idea de desestresarme. No había ni árboles acá. Ni siquiera había calle, solo una especie de huella. Apenas se sentía el croar de las ranas, nada más. A los pocos días ya estaba con mil cosas para hacer.

–¿Tal característica lo acompañó siempre o es nueva?

–Siempre.

–¿Tiene recuerdos de cómo se activó ese ser curioso?

–Fijate, esto lo cuento siempre, tenía cuatro años y ya coleccionaba caracoles. Una vez, después de una noche de tormenta, agarré a mi hermana del brazo y la llevé conmigo a la playa. Caminamos solos como cuatro cuadras, cruzamos la carretera y empezamos a juntar caracoles. Mientras, nos estaban buscando mis padres y la policía. Nadie sabía dónde estábamos. Ya entonces coleccionaba, los caracoles, y también autitos Matchbox, que siempre pedía que me regalaran para mi cumpleaños.

–¿Cómo se amplió la colección?

–Seguí juntando. Me puse obsesivo con eso. Empecé a viajar y seguía juntando. En un momento se habían acumulado cajas y cajas y mamá me dijo: "tenés que sacar esto de acá". Alquilé un depósito y las llevé para allí. Aquello fue una tortura. Cada vez que quería ver algo tenía que ir hasta el depósito, abrir el candado, entrar, buscar la caja. Mi sueño era desplegarlo todo en algún lugar. Así que me compré un terreno barato y me hice una construcción barata, pensando siempre que a futuro podría ampliarla y así fue. Trabajaba de día y de noche y en medio de esa locura me dije: "tener todo esto solo para mi, es narcisismo, es egoísta, tengo que compartirlo. ¿Qué tal si lo exhibo al público?" Y así, probando a ver qué pasaba, empezó todo.

En 2007, un reportero del New York Times que buscaba historias por el Este descubrió por casualidad el Museo del mar, y se deslumbró con las piezas allí expuestas, entre otras, un esqueleto de una ballena de más de nueve metros.

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Museo del Mar, Punta del Este.
Natalia Ayala.

–¿Qué lo motiva a seguir expandiendo el museo?

–Hace tiempo que empecé a añadir espacio. Primero fue el Museo del Mar, donde dispuse todo lo relacionado a él, desde huesos, esqueletos enteros de ballenas y de delfines, hasta mandíbulas de tiburón, caparazones de tortuga, aves marinas embalsamadas, cangrejos, corales. Hice réplicas de aguavivas y de mantarrayas. Hice toda una sala con la historia de los piratas más famosos y de sus tesoros. Después conté toda la historia de los balnearios, la de Punta del Este, la de Atlántida, la de Piriápolis, la de Pocitos y Carrasco, la de Mar del Plata, la de Copacabana. Fui decorando aquellas nuevas salas con pequeñas latitas de refrescos antiguos y me entusiasmé. Saqué mi colección de botellas de aperitivos, de licores, de cerveza, hasta frascos de remedios antiguos, perfumes, polveras, todos con su etiqueta original. Todo eso se convirtió en el Museo de los Recuerdos.

–Por eso dice que tiene cinco museos en uno, el del Mar, el de los Balnearios, el de los Recuerdos, ¿cuáles son los otros dos?

–El Insectario, que es una colección que adquirí a la viuda de un amigo, y el Museo del Libro Antiguo, el más reciente. Hay más objetos, valijas, radios, indumentaria, piezas Art Decó y Art Nouveau.

–¿En qué consiste el Museo de los Balnearios?

–Es toda la historia de los balnearios de Uruguay, más algunos de Argentina y Brasil, como Mar del Plata y Copacabana que los puse porque tienen mucha historia.

–Punta del Este también tiene mucha historia.

–Sí, pero es diferente. Punta del Este tuvo cuatro etapas. En la comparación histórica, Punta del Este empieza con una pequeña élite de gente, entre las cuales estaba Simón Patiño, "el rey del estaño", Aristóteles Onassis, y otros grupos, pequeñísimos también, los liberales, que venían desde Montevideo y de Argentina. Los más conservadores, los más católicos, seguían yendo a Carrasco o al Ocean de Mar del Plata. Ese pequeño grupo duró más o menos hasta que llega Mauricio Litman (promediando el siglo XX) e inaugura el Festival de Cine de Punta del Este y el balneario se empieza a popularizar un poco más. A la par, Mar del Plata crecía como ciudad balnearia porque Perón hizo una carretera para que más personas pudieran ir directo hasta allí. Eso hizo que mucha gente se fuera de los balnearios argentinos y se viniera para Uruguay. Punta del Este en una primera época fue un balneario de los grandes hoteles, estaba el Biarritz, el British House, el Gran Hotel España. Venían los vapores y traían pasajeros a los hoteles. Esa época de oro entre comillas, entre la década de 1930 y la de 1950 más o menos, formó la gran familia de Punta del Este, se conocían todos, incluidos los mozos. Todos eran amigos, se llamaban por sus nombres. Esa era la Punta del Este que ahora conocemos como el casco histórico. No se extendía más allá de la península.

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Museo del Mar, Punta del Este.
Natalia Ayala.

–¿Qué cambios trajo el Festival de Cine?

–Litman trajo a actores y actrices de la región y de Europa, y se popularizó. El boom de los edificios empezó después, en 1970. La gente no frecuentaba La Barra, aunque cada verano hacían un par de cabalgatas. Se juntaban hasta cien caballos que venían hasta el Parador de Medina en el puente, tomaban el té y después, cuando se estaba por poner el sol, salían a caballo por la playa. Solían elegir noches de luna nueva para que los caballos galopando levantaran la arena y se viera todo fosforescente por las noctilucas. Se divertían como locos. Las playas de La Barra, y los balnearios de alrededores eran frecuentadas por gente de San Carlos.

–El propósito de abrir su colección, ¿tiene relación con intentar preservar el pasado del que estamos hablando?

–Por supuesto. Hablar de él y recordarlo. Además, para que no se olviden los testimonios de las personas que estuvieron acá. Allí, yo mismo traté de recopilar testimonios y comentarios de la gente mayor. Pasó algo en esta zona. Muchos historiadores de Maldonado se concentraron en buscar testimonio de los trabajadores más viejos que aún vivían en Punta del Este, pero pocos buscaron los testimonios de los veraneantes. Ni en Montevideo ni en Buenos Aires. Esa tarea la hice yo. Se escribieron libros con testimonios de algunas familias, pero no estaban todas.

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Museo del Mar, Punta del Este.
Natalia Ayala.

–Además de todo esto, también tenía tiempo para el deporte. Le acaban de otorgar el Premio Leyenda del Surf, ¿a qué se debe este reconocimiento?

–Lo que hice fue organizar el primer campeonato internacional de Punta del Este. Eso fue en el año 1978. Después durante muchos años estuve coordinando reuniones con gente de La Paloma, de Atlántida y de acá. Logré concretar la asociación en 1993. Me dije: 'lo voy a hacer yo porque si no, no se concreta'. ¿Escuchaste la frase que dice: 'si querés que no se haga nada armate una comisión'? Bueno, eso sucedió. Pasaban los años y no se hacía nada. Hasta que agarré la sartén por el mango, fui a un escribano, redacté unos estatutos y se formalizó la Unión de Surf del Uruguay. Ahí salimos por primera vez a competir al exterior. Con un grupo de gente seleccionada fuimos a un Panamericano en Isla Margarita. Un año después, ya habíamos tenido un circuito nacional y viajamos con los ganadores al Mundial en Río de Janeiro. Eso fue en 1994. Hoy en día ya está el circuito nacional bien armado. Uruguay compite a nivel internacional, pero hasta aquel momento no había nada. Se me hizo muy difícil armar el primer campeonato porque cuando pedí el permiso me lo negaron. Conseguí un auspicio de la Armada, en plena época de la dictadura. Con ese auspicio me dejaron hacerlo, pero pusieron condiciones, como que cada menor de 18 años debía ir acompañado por sus padres, todos los surfistas debían entrar al agua con salvavidas, debía haber una lancha custodiando para que nadie se ahogara y todo tipo de cosas que pensarlas hoy parece ridículo. Es más, el surf estaba prohibido. Solo se podía practicar en una playa y en verano.

–¿Qué significó recibir este reconocimiento como Leyenda del surf?

–Por fin se me ha reconocido. Si bien hay muchos chicos que saben lo que he hecho, casi nadie lo dice públicamente. A veces, en algunas entrevistas lo comentan. En la historia del surf de la Unión de Surf del Uruguay (USU) se lee que comenzó todo cuando se juntaron un grupo de surfistas y formaron la asociación. Bueno, la USU la armé yo. Igual son cosas que pasan. Hay que preocuparse en averiguar y creo que por eso se ponen datos tan vagos.

–Algunas cosas toman su tiempo. Lo importante es que llegó, ¿lo siente así?

–Si, totalmente. Incluso en aquellos primeros años en el deporte tuve o con la Asociación Internacional de Surfistas oficial; el presidente era de Gran Bretaña. A eso siguieron otros os formales, y Uruguay se vinculó con los principales representantes del surf a nivel mundial. Estoy hablando de 1980 y fijate que la USU se consolidó en 1994. Esos primeros años fueron muy salvajes, todo era salvaje. Ahora es todo más fácil, hay trajes por todos lados, hay lugares para comprar tablas. Antes había que viajar para comprarse las cosas. En ese ínterín abrí seis tiendas de surf. Hacía importaciones desde Estados Unidos, Taiwán y Brasil. Fui de los primeros que empecé a traer cosas, mandaba telex, porque no había ni siquiera fax. Traje cosas exclusivas, por ejemplo, iba a San Pablo y traía remeras estampadas por los dos mejores serigrafistas de la época. Acá me las sacaban de las manos. Más adelante alcancé tal nivel de estrés que de a poquito fui largando todo.

–¿En este momento se siente más en equilibrio?

–No cien por ciento, siempre hay algo, una espina que está jorobando.

–¿Cuáles son esas espinas que le quitan el sueño?

–Una de las cosas que tengo es con quién dejar a mis mascotas cuando no estoy. Otra es quién se va a quedar con todo esto cuando yo me muera, quién se va a hacer cargo. Eso no lo sé. No lo tengo resuelto, porque si bien tengo dos hijos, ellos tienen su propia vida, uno incluso vive en Suiza.

–Son las demandas de la vida.

–Siempre. Uno intenta, pero siempre hay algo. Un amigo me dijo: "cuando vos tengas una preocupación o un problema ponete a pensar y vas a ver que el inicio del problema siempre fuiste vos". Es así. Si yo no hubiera llamado a fulano, todo esto no se hubiera iniciado; si yo no hubiera hecho tal cosa, todo esto no hubiera pasado; si yo no me hubiera puesto a hacer tal cosa... y así con todo.

–¿Todavía practica surf?

–A diario. Y no cambié a tablón, porque mucha gente mayor pasa a tablón porque ya no le da para remar con la tabla chica. Yo seguiré con ella hasta que me dé. Me siento perfecto. Lo único que necesito es tiempo para hacerlo. Estoy yendo a primera hora de la mañana y a última de la tarde, después de las 19.00.

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Museo del Mar, Punta del Este.
Natalia Ayala.

–¿Qué proyectos tiene hacia el futuro?

–Quiero afinar todo lo que estoy haciendo. Tratar de mejorar. Siempre he intentado mejorar. Cuando tenía 16 años no sabía ni qué carrera seguir. Me hice un test vocacional que me decía que eligiera algo relacionado con el arte. A los 17 años me fui solo a trabajar y estudiar publicidad a Buenos Aires. Cuando volví, seguí trabajando en distintas cosas porque no sabía cómo sobrevivir. Estuve un tiempo con mi hermano hasta que se me ocurrió poner una empresa de alquiler de mesas y sillas. También hice fletes. Me fue bien. Me acuerdo que un lunes mandé cien fotos con una tarjeta por correo postal a posibles clientes y el jueves empezó a llamar el primero. Tenía los mejores precios y agarré todo el mercado. Cuando surgió la idea de poner un surf shop, que me la propuso un amigo, empecé con él y nos fue bien. De cara al siguiente verano quería empezar a trabajar desde el invierno, pero él estudiaba y no podía dedicarse. Entonces decidí vender mi empresa de alquiler de mesas y sillas a la competencia y me la compraron. Con esa plata me fui a San Pablo y empecé con la importación.

–¿Todo lo demás vino después?

–En la vida lo más importante son las cosas que uno hace diferente a los demás. No es si uno fue a la escuela o se recibió o yo qué sé, si vivió en este o en el otro barrio. Esas son cosas que le pasan a todo el mundo, son cosas comunes, pero de repente si yo te digo que coleccioné frascos de remedios, no creo que haya muchas personas que lo hayan hecho. Una vez vino al museo David Rockefeller (el nieto del multimillonario y magnate petrolero John D. Rockefeller) y iró mi colección.

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Museo del Mar, Punta del Este.
Natalia Ayala.

–Una vista extraordinaria.

–Si. Ya tenía como cien años cuando vino. Lo trajeron en silla de ruedas y empezó a mirar todo y decía: "ah, pero esta colección es más grande que la mía". Al final del recorrido me dijo: "Yo pensé que coleccionaba cosas raras, pero tú me ganaste ampliamente". Se reía. Estaba fascinado. Después de esa vez, vino unas dos o tres veces más.

–¿Ese reconocimiento valió por otros que no llegaron?

–Claro. Una vez vino un periodista del New York Times a hacer una nota a La Barra y escribió sobre el museo. Comentó que le pareció tan raro y exótico lo que encontró que se quedó deslumbrado. Yo hice esto a pulmón, sin apoyo de autoridades, ni de gobiernos, ni de estados. Fui haciendo todo de una forma bastante didáctica y casera. No es que se me ocurrió la idea porque la vi en otro lado, mientras la armaba la fui desarrollando.

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Museo del Mar, Punta del Este.
Natalia Ayala.

El Museo del Mar, y los otros cuatro museos que contiene, recibe a familias, turistas, veraneantes. A lo largo del año, sobre todo entre octubre y noviembre, lo visitan también muchos grupos escolares. Además de los uruguayos, han llegado estudiantes de Argentina, Chile, Brasil, Paraguay y hasta de Perú. Otras fechas de buena afluencia, más allá de la temporada alta, son el 12 de octubre, el fin de semana del Patrimonio, las vacaciones de julio y semana de turismo. Mayo y junio son los meses en los que Pablo Etchegaray suele programar su descanso anual. Aunque cada vez menos, porque no quiere dejar solas a sus mascotas, Blanquita, Glotón, el Colorado, Murciélago y Pichonita, pero cuando viaja siempre busca nuevas piezas para sus colecciones.
Museo del mar
1 KM de la fuente de La barra.
Romildo Risso, El tesoro, La Barra
Consultas: 4277 1817
[email protected]
Instagram | @museodelmar.uy

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