Villalba reavivó la llama de los punteros: nombres que hicieron historia en Nacional y Peñarol a toda velocidad

El extremo tricolor marca la diferencia y en esta nota repasamos otros futbolistas que a lo largo de los años se destacaron con la rapidez como gran virtud.

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Antonio Alzamendi en un partido con Nacional.
Antonio Alzamendi en un partido con Nacional.

Redacción El País
El duelo de uno contra uno, antes lo más común del fútbol, se está volviendo más escaso ante la duplicación de las marcas y el agrupamiento en zona de las defensas. Por eso, cuando aparece un jugador capaz de desnivelar él solo, todas las miradas se depositan en él.

Ese desnivel puede lograrse por habilidad, una virtud que hoy tiene como mejor exponente a la estrella adolescente del Barcelona, Lamine Yamal. Y también puede lograrse por velocidad. Con esa herramienta empieza a hacerse un nombre Lucas Villalba, figura clave en el triunfo de Nacional ante Bahía el jueves en Brasil.

Lucas Villalba a pura velocidad en un partido con Nacional.
Lucas Villalba a pura velocidad en un partido con Nacional.
Foto: Archivo El País.

Sus corridas imparables gestaron el segundo y el tercer gol del tricolor en una noche feliz. Y lo mismo venía ocurriendo en partidos por el Torneo Apertura, luego de un estreno prometedor en verano pero que no tuvo continuidad inmediata.

Aunque jugadores como Villalba pueden arreglárselas solos si tienen la pelota en su camino, es necesario que sus compañeros sepan interpretarlo y hacerle el juego. El Diente López parece el socio ideal para lanzarlo en aceleración con cancha abierta por delante.

Lo que ocurra después con la jugada depende todo de él. Porque un velocista que finaliza mal sus incursiones termina perjudicando al equipo. Parafraseando un eslogan de una marca de neumáticos, la velocidad sin control no sirve de nada. En algún momento hay que frenar y pensar. Y Villalba culminó en forma precisa sus corridas en los dos goles contra Bahía.

Un futbolista con las condiciones del exhombre de Montevideo City Torque entusiasma a los hinchas y cautiva a la prensa, porque su aparición no es algo de todos los días, y menos en el fútbol uruguayo actual.

El impacto que está produciendo puede equipararse al que causó Darío Silva, en sus primeros tiempos en Defensor Sporting. Una noche ante Nacional resultó imparable, picando desde la mitad de la cancha directo al arco. Y esa energía casi eléctrica lo llevó a Peñarol y luego al fútbol europeo, además de la selección.

Mucho antes, Antonio Alzamendi llegó de Durazno con bien ganada fama de velocista. Lo trajo Sud América, pero pocas semanas más tarde se fue a Independiente, donde fue campeón e ídolo.

A veces, un equipo extraña la velocidad cuando la pierde. Fue el caso de Peñarol en 2023, cuando Ignacio Laquintana se marchó a Brasil tras ser decisivo en otro clásico. Laquintana podía ser un poco anárquico a menudo, pero sin él el aurinegro perdió gran parte de su capacidad de sorpresa en el ataque, y después perdió el campeonato.

Cada uno con sus particularidades, los jugadores rápidos y furiosos tienen un patrón común: cuando van por la pelota levantan a la tribuna, porque son acciones directas que presagian peligro. Nada de pases laterales o enganches, son flechas lanzadas hacia la valla rival.

tendencia. El fútbol del presente reclama cada vez más velocidad. Y en el más alto nivel (Champions League, Premier inglesa, Liga española) la exigencia alcanza a todos los puestos. Los defensores tienen que ser rápidos porque enfrentan a delanteros rápidos. Kyler Walker, el del Manchester City, es uno de los más veloces del mundo siedo defensa.

Un ejemplo de esta tendencia es el Paris Saint Germain, finalista de la Champions: prácticamente todos sus jugadores son veloces. Cuando se despliegan en el ataque aparecen saetas por todas partes.

Por eso hay que cuidar y pulir a los jugadores que en formativas muestran velocidad. De ellos es el futuro.

Los históricos nombres veloces en Nacional y Peñarol

Los futbolistas veloces dejaron su marca en el fútbol por su juego espectacular, pero en muchos casos también por su eficacia. El recuento debe comenzar necesariamente por Alcides Edgardo Ghiggia, figura fundamental de Uruguay en el Maracanazo de 1950.

Su capacidad para abrir defensas se complementaba con su frecuente llegada al gol. La demostración más clara fue el partido decisivo de aquel Mundial ante Brasil: dio el pase para que Juan Alberto Schiaffino empatara y luego convirtió el tanto de la victoria.

Ghiggia era un velocista hasta en su conformación física: era muy delgado y pese a no ser alto, tenía piernas largas.

Contar con jugadores rápidos fue clave para que los clubes uruguayos conquistaran varias Libertadores. En la lista de Peñarol son infaltables el ecuatoriano Alberto Spencer y el peruano Juan Joya, que abrían surcos en la cancha cuando iniciaban sus corridas.

Alberto Spencer, que se transformó en un histórico de Peñarol con la velocidad como gran virtud.
Alberto Spencer, que se transformó en un histórico de Peñarol con la velocidad como gran virtud.

El Nacional de 1980 contaba con un verdadero doble puntero por la derecha, cuando se juntaban Alberto Bica, el teórico dueño de la punta, con José Moreira, el lateral. A toda velocidad, sus combinaciones le sirvieron el gol a Waldemar Victorino en la final de la Libertadores ante Inter y en la final intercontinental ante Nottingham Forest.

Dos años más tarde, Peñarol ganó los mismos trofeos con cuatro delanteros de diferentes características: los punteros Venancio Ramos (veloz y hábil), Ernesto Vargas (veloz y potente), Walkir Silva (veloz e impredecible), a los que debe sumarse Fernando Morena, que no tenía gran recorrido en velocidad pero sí un pique corto fulminante.

Algo similar a lo de otro goleador, Luis Artime. Eran menos espectaculares, pero en un abrir y cerrar de ojos llegaban a la pelota y convertían.

En 1987 Peñarol volvió a ganar la Libertadores con dos rayos en los laterales: Jorge Cabrera y Daniel Vidal. Sus piques causaron estragos frente a Independiente en Avellaneda.

Ernesto Vargas volvió a ser decisivo en Nacional 1988, también multicampeón, acompañado en la izquierda por un polifuncional de rápido despliegue como William Castro.

Por aquellos años otro sinónimo de velocidad era Antonio Alzamendi. Cuando jugaba en Independiente, una nota de El Gráfico comentaba, medio en broma, medio en serio, que el Hormiga era capaz de repetir la proeza de Patoruzú, el indio tehuelche de las historietas argentinas, que tiraba centros y él mismo los iba a cabecear.

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