Tal vez el problema seas vos, según Netflix

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Empecemos con una alerta de spoiler. Si no viste el final de la serie You de Netflix, voy a adelantar alguna cosa no muy significativa. La serie termina con su protagonista, Joe Goldberg, diciendo que “tal vez tenemos un problema como sociedad”, ya que después de todo lo que hizo, recibe cartas de “fans”, casi “groupies”, pidiéndole que les haga cosas (“depravadas”). Y, cerrando la serie, concluye: “Maybe the problem isn’t me. Maybe it's you (tal vez el problema no soy yo, sos vos)”...y capaz que tiene razón.

Las parejas del protagonista se creen lo suficientemente inteligentes para reconocer si él no es realmente el “príncipe azul” que parece (conversación entre dos de sus víctimas), cuando todos sus actos de seducción son extremadamente pensados, calculados, medidos, y así logra burlar las red flags (alertas) que deberían despertarse.

Del mismo modo, capaz que el problema sí somos nosotros por pensarnos, por lo menos, más despiertos de lo que estamos a la hora de elegir el “caballero” o la “caballera” (con el perdón de la RAE por esta acepción no válida) de armadura brillante que nos acompañe por los próximos cinco años en la Intendencia de Montevideo, si es que no se baja antes para participar de la campaña presidencial.

El amor, la política, el fútbol y, desde hace un tiempo, las series, son diversos sabores que despiertan emociones, algo así como los diferentes ingredientes de una ensalada. Y sí, algo poco pasional es una ensalada, muy lejana a los amores de Netflix, muy cercana a las departamentales a votar en unos días.

Lejos de ser la misma situación que viven las parejas del protagonista, como votantes somos objetivo de acciones o discursos atractivos, seductores, que nos hagan sentir atendidos, servidos, ayudados y protegidos. Que nos permitan desarrollar nuestro potencial, como decía tener Joe como efecto en sus parejas, sin tener que valorar desvíos o trancaderas para llegar en hora a nuestro destino (porque llegar tarde al trabajo o a una clase puede afectarnos), que a la noche estén las calles iluminadas o con buen flujo de transporte público (porque de no ser así atenta contra nuestra seguridad), que no caminemos entre la mugre y más cuestiones del día a día.

Sin embargo, aunque hay intentos de presentarse como la persona que lleva la armadura brillante, que puede guiar a una mejor Montevideo, que busca llenar esas necesidades que tiene la ciudad, hoy no hay tal pasión.

“Fui seducido y me dejé seducir, fuiste más fuerte que yo y me venciste”, dice un versículo bíblico. Acá no somos seducidos pero sí vencidos. No por propuestas claras y firmes, que realmente comprometen al candidato a enfocarse en lo que los ciudadanos precisamos, como una ciudad limpia y ágil en tiempos no electorales, sino por la obligación de votar.

Saliendo de ese extremismo emocional y de que no hay “monstruos” candidateándose, el fervor partidario-futbolero con el que hoy se mide la política, bastante distanciado de una capacidad crítica racional, parece que es lo que nos mueve a la hora elegir entre los posibles intendentes y que no provoca en nosotros una demanda de propuestas certeras y claras, o siquiera que eleven la vara.

Ahora, en la nueva actualidad política, parece que ya no son frases (o chamuyos) para seducir, tampoco dichos de estadio para alimentar las pasiones de quienes votamos, sino que el nuevo discurso es el silencio o, ante una “macana”, los fantasmas del pasado de los políticos, que en lugar de motivarlos a que otros no los vivan, sirven para justificar acciones que van contra su propia función pública, o al menos su “deber ser”.

Hoy nos relacionamos nuevamente con una etapa electoral departamental, poco seductora, poco atractiva, con propuestas que atienden a las mismas necesidades de siempre, ya que no se ha mejorado en la limpieza, belleza o agilidad de la ciudad, que carga con lemas de hartazgo por parte de la oposición y lemas de renovación de aquellos que aspiran a mantenerse gobernando, ya que también saben del declive de 35 años de continuismo.

La poca pasión, lejana al amor entre Joe y sus parejas, podría inspirar a una selección racional de quien istre la capital por los próximos años y que no se caiga en el convencimiento por venta de humo, de quién es más “terrenal”, “más vecino”, “compañero” o por esa “lealtad” a un partido político (u otro).

Pero, al final de cuentas; casi atendiendo a esa frase gastada pero cierta, esa que dice que el único que puede equivocarse es el soberano (el pueblo); muy pretenciosa para mi gusto; el problema (sea cual sea el resultado) tal vez no sean ellos, sino que el problema somos nosotros.

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