Vaya ruido se armó con la reciente lista de futuros embajadores que la Cancillería enviará al Parlamento para pedir las correspondientes venias. Dos de los llamados “embajadores políticos” de dicha lista (hubo otra presentada en marzo) son notorias figuras de partidos de la oposición: Carolina Ache (colorada) y Beatriz Argimón (blanca).
Otra de las embajadoras políticas nombradas es Rosario Portell que irá a Rusia. Vinculada al MPP, su nombramiento hizo ruido por cuanto en dos ocasiones había sido cesada en sus cargos en la Cancillería por el expresidente Tabaré Vázquez. Y no por razones menores. Si bien cuenta con el apoyo del MPP, ¿habrá en filas frentistas quienes recuerden esos ceses y los motivos que los causaron? ¿Le negarán por lo tanto su votos?
El ruido por las designaciones de Argimón y Ache se debe a que las autoridades de sus respectivos partidos no estaban al tanto. Es llamativo que habiendo sido vicepresidenta durante el gobierno de Luis Lacalle Pou, este se enterara por las redes o que habiendo presidido el directorio del Partido Nacional, no se le ocurriera informar de sus conversaciones. Algo similar ocurrió con Ache en relación al Partido Colorado.
El haber sido vicepresidenta pudo haber incidido para que Yamandú Orsi le ofreciera el cargo a Argimón; es más difícil entenderlo en el caso de Ache. Quizás el interés venga por cuanto en medio del lío Marset, ella le pidió al hoy prosecretario de la Presidencia, Jorge Díaz, que fuera su abogado.
El senador Javier García entiende que al no haber sido consultado el Partido Nacional, lo de Argimón es “un ofrecimiento personal” y por lo tanto ella no representa al Partido Nacional. Comparó la actitud del gobierno a la de quien se mete en la casa del vecino sin tocar el timbre.
La pregunta es si Carolina Ache tuvo en cuenta que quien en un momento le dio su apoyo, Pedro Bordaberry, no votará esa venia pues entiende que no corresponde otorgar venias a embajadores políticos.
El episodio no hubiera pasado a mayores si las designadas hubieran primero consultado con sus respectivos referentes políticos. Eso debió haber sido obvio al tratarse de figuras notoriamente identificadas con sus partidos.
El ruido no termina con el enojo de blancos y colorados. Hay frentistas que sienten que las designaciones los tomaron por sorpresa. El senador Óscar Andrade dijo no entender los fundamentos de la decisión y esperaba que el canciller lo explicara.
Suele decirse que los embajadores representan al país y no a un partido. Esto es verdad, pero deben trabajar de acuerdo a las pautas políticas que imparte quien está al frente del Gobierno. Un embajador recibe las directivas y las cumple. Por eso, a diferencia de un diplomático profesional, que tiene ese concepto internalizado, las designaciones de embajadores políticos plantean dificultades.
Si son del partido que gobierna, no sería tan grave. ¿Pero qué sucede cuando quien está al frente de una misión debe acatar una postura del gobierno que va contra lo que su parti-do sostiene? Está obligado a asumirla y eso le traerá problemas con sus propios correligionarios.
Esa es la diferencia con los embajadores de carrera. Ellos conocen las reglas, saben manejarse, fueron formados para ello y adquirieron experiencia en sus diferentes misiones.
No es la primera vez que un exvicepresidente asume un cargo de esa importancia. Enrique Tarigo fue embajador en España, Luis Hierro en Perú y con este gobierno, Rodolfo Nin Novoa irá a Brasil. Eran embajadores políticos, sí, pero del mismo partido que gobernaba. No será el caso de Argimón.
En la anterior designación realizada en marzo hubo varios embajadores políticos, entre ellos Rodolfo Nin Novoa a Brasil, Diego Cánepa a Argentina, Edison Lanza a la OEA y el más sorprendente de todos, Juan Raúl Ferreira al Vaticano. Sorprendente dado que las otras figuras tuvieron notoria actividad en el Frente, mientras que Ferreira ejerció cargos de confianza política, es verdad, pero en gobiernos de otros partidos, no del Frente Amplio.
Las designaciones de embajadores políticos suelen tener sus bemoles. Algunos mezclan su perfil político con lo que debería ser el estilo diplomático, otros no están preparados para ejercer embajadas con características específicas. Hay notorias excepciones, es verdad, pero son designaciones que deben manejarse con especial cautela. En este caso, al cruzar líneas partidarias de una manera poco prolija, las consecuencias pueden ser complicadas.