Por primera vez en 100 días, el gobierno logró pasar la pelota del desgaste en imagen a la oposición. La decisión de nombrar como embajadoras a Carolina Ache y a Beatriz Argimón, más allá de lo que signifique a futuro o en la carrera política de estas figuras, llevó a que los focos inquisidores de los medios cruzaran de bando. Pero, antes, la realidad política nos regaló una “crisis” que pinta de cuerpo entero uno de los peligros que genera cierto espíritu de época en el mundo de las políticas públicas.
Hablamos de la decisión de la novel directora Rocío Schiappapietra, de cerrar al público la Biblioteca Nacional.
La medida generó un escándalo bastante obvio para cualquiera que entienda del tema, o conozca en algo al país. Pero, no para la propia directora, cuya encargada de comunicación informaba a quien llamara para pedir explicaciones, que la jerarca no iba a hablar porque estaba algo impactada por el revuelo generado.
Esto es llamativo, ya que aprovechar nada menos que el Día del Libro para anunciar que se cierra al público, sin plan de obras definido, sin presupuesto claro, sin fecha de reapertura, una institución que está abierta desde antes de que fuéramos un país independiente, parece evidente que va a generar lío.
A ver... Todo el mundo sabe que la Biblioteca Nacional, como cualquier oficina pública, enfrenta los desafíos y dilemas propios de un espacio público en un país como Uruguay. Si usted va a un juzgado, a una dependencia municipal, a un ministerio, podrá comprobar que la decadencia edilicia, los problemas de personal, la falta de presupuesto, son cosas de todos los días. Y el venerable edificio de la BN no es la excepción, pese a lo cual todos los directores previos la hicieron funcionar.
Ese es uno de los tres puntos más incomprensibles de esta decisión. ¿No sabía Schiappapietra dónde se metía? Y la justificación esbozada por algún comunicador de que tomar esa medida disruptiva era algo valiente, no resulta aceptable. Un funcionario público valiente es el que logra sacar las cosas adelante, no el que cierra una institución de un día para otro, perjudicando a los s.
El segundo punto tiene que ver con la legitimidad.
Si usted analiza los nombres que precedieron a Schiappapietra, se encuentra con tótems de la cultura como Tomás de Mattos. Gente que literalmente se agarró a las piñas con la estructura para que la biblioteca funcionara, como Carlos Liscano. Personas con un conocimiento enciclopédico de la literatura y la cultura nacional, como Valentín Trujillo. Resulta muy difícil de comprender que alguien con el CV de la actual directora, que con todo respeto está a años luz de tener la relevancia de sus predecesores, se pare de manera algo banal frente a las cámaras a anunciar el cierre indefinido de una institución con semejante impacto en el imaginario colectivo, con la misma sonrisa que pondría un ejecutivo de una multinacional de bebidas cola para anunciar la salida de un nuevo refresco con sabor a palta.
Por último, está el tema de los símbolos. Parece asombroso que haya que hablar de eso nada menos que a un gobierno del Frente Amplio, que tiene una capacidad histórica de generar épica literalmente de cualquier cosa.
Si la Biblioteca Nacional está a punto de derrumbarse, y hay que cerrarla, lo natural sería que la directora llamara a conferencia de prensa, de ser posible se rodeara de figuras de peso incuestionable de la cultura nacional, y explicara lo que pasa, lo que se va a hacer, de dónde se va a sacar la plata, y cuándo va a reabrir. Lo que se hizo, así entre sonrisas, el Día del Libro, y apenas sacando un comunicado después que no aporta mucho, es una señal nefasta a la opinión pública.
¿Por qué? Porque da la sensación de que se cierra la Biblioteca Nacional, y no pasa nada ... ¿Total? Si van cuatro personas por día nomás.
La realidad es que tuvimos la chance de recorrer bastante el edificio de 18 de Julio hace menos de dos años, cuando buscábamos un lugar donde filmar un ciclo de entrevistas para el diario. Y si bien es seguro que tiene áreas en estado complejo, el aspecto de la mayoría de las salas era bastante mejor que el de muchas oficinas públicas que tenemos que visitar por motivos laborales dos por tres.
¿Entonces? La explicación de fondo aquí es que parece haber una camada de dirigentes políticos, o que se acercan a la política, que llegan cargados de buenas intenciones y espíritu “moderno”, pero que no tienen consciencia ni de las instituciones ni del pedazo de historia que, por un breve lapso de tiempo, ha sido puesto bajo su custodia. Es como que mañana Carolina Cosse organizara clases de yoga para los funcionarios en el salón de los Pasos Perdidos, o el director de Cárceles planteara ejercicios de “mindfulness” a los presos del Comcar.
Después termina teniendo que salir el pobre Orsi a dar explicaciones inexplicables.