Ha terminado el ciclo electoral y comienza la etapa de funcionamiento político. Es tiempo, entonces, de evaluaciones internas, pero también de comenzar a dibujar los caminos estratégicos que deberán recorrerse en los próximos tiempos.
Hace casi seis años que el escenario político de nuestro país se ha configurado en torno a una competencia binaria organizada en dos bloques que representan aproximadamente cada uno, una mitad de la opinión y respaldo ciudadano. Por un lado, la Coalición Republicana y por el otro lado el Frente Amplio.
Desde entonces a la fecha ha habido varias instancias de expresión electoral. En todas ellas los resultados mostraron un equilibrio levemente favorable a la Coalición Republicana, excepto en la segunda vuelta de 2024.
En efecto, la suma de los partidos de la Coalición superó a la votación del Frente Amplio en la elección de primera vuelta de 2019 por 339.569 votos, en la segunda vuelta de 2019 por 37.042, en el Referéndum por la LUC de 2022 por 29.935 votos, en las elecciones internas de 2024 por 37.875 votos, en la primera vuelta de 2024 por 78.359 votos y en las más recientes elecciones departamentales y locales de mayo de este año por 238.000 votos.
Esto indica que, si bien existe un equilibrio entre los dos bloques, se registra un leve predominio a favor de la Coalición Republicana.
Sin embargo, esta se enfrenta, a nuestro juicio, ante la resolución de tres desafíos esenciales de cuya resolución dependerá el éxito político y electoral futuro en un escenario que, sin duda, será altamente competitivo.
Por un lado, la Coalición deberá reconocer la necesidad de que exista y se respete la pluralidad de alternativas.
En efecto, la integración de la Coalición Republicana debe tener la lucidez de reconocer que debe ser, como lo ha sido desde su origen, más que la suma de los dos partidos históricos.
Si bien ambos partidos y, particularmente el Partido Nacional, han tenido predominio electoral y organizativo fuerte; un grave error sería que reducir la Coalición a sólo estos dos partidos.
Sencillamente, esta opción convertiría a la Coalición Republicana en una reedición de la vieja alianza de los noventa, cuando gobernaron entre ambos mediante acuerdos de coalición bipartidista.
La suma de blancos y colorados no da cuenta del total de ciudadanos y partidos que se sienten parte de esta expresión nueva y diferente a aquella de hace veinte años.
Esta nueva formulación es la que obtuvo los éxitos electorales mencionados más arriba. Por otra parte, la magnitud de la diferencia en varias de las instancias mencionadas, demuestra la importancia que tenemos cada uno de los que integramos esta Coalición, tal como ha ocurrido desde 2019 en adelante.
En segundo lugar, la Coalición debe reconocer la heterogeneidad política e ideológica de sus . No hay que esconder ni buscar eliminar las diferencias existentes en el plano político, histórico y de las ideas.
La Coalición Republicana se enriquece de los aportes que surgen de idearios nacionalistas, liberales, batllistas, socialdemócratas y progresistas. Los distintos partidos que la componen deben tener capacidad de expresar cada uno sus propias convicciones e, incluso, asumir que en distintos temas puedan existir diferencias en las posiciones concretas.
No es el camino la búsqueda de la uniformidad ni la absorción de unos por otros, sino, por el contrario, el camino correcto es la tolerancia de la heterogeneidad política e ideológica que enriquece y amplía la convocatoria a los ciudadanos que, legítimamente se adhieren a ella en función de principios, ideas y liderazgos diversos, presentes en los diferentes partidos que la integran.
Y, en tercer lugar, la Coalición Republicana tiene que asumir el camino de la unidad política y electoral futura.
En efecto, tanto los resultados de las elecciones departamentales recientes como los de las elecciones nacionales de octubre demuestran con contundencia que la presentación electoral mediante lemas separados tiene consecuencias negativas a la hora del a las mayorías y por tanto al ejercicio del gobierno.
En dos de los departamentos en que se impuso el Frente Amplio, este resultado no habría ocurrido si la Coalición se presentaba electoralmente bajo el mismo lema. Y mucho más aun, si la Coalición se hubiera presentado bajo el mismo lema en las elecciones de octubre, se habrían alcanzado las mayorías parlamentarias en las dos Cámaras. Lo que hubiera sido un componente central en el debate y, probablemente, en el resultado de la segunda vuelta de noviembre pasado.
Pero, esta opción no implica en modo alguno la creación de un nuevo partido. Por el contrario, por lo afirmado más arriba, eso sería contraproducente y angostaría inevitablemente el espacio electoral a alcanzar.
Se trata de asumir un lema común, un instrumento que permita la comparecencia conjunta de los partidos que, manteniendo firmemente sus respectivas identidades, se ajusten a una legislación electoral que establece ventajas para la acumulación en la distribución de cargos. Así como el Frente Amplio mantiene la existencia de partidos y sectores con identidad propia, del mismo modo ese es el paso que debe discutir la Coalición en los próximos tiempos.
Por supuesto que este último punto requiere de un proceso profundo de reflexión y discusión, para el que es necesario darse los tiempos pertinentes. Por otra parte, no existen urgencias al respecto, pero, sí, nos parece necesario poner el tema arriba de la mesa desde ahora.
En síntesis, afianzar la pluralidad abierta a nuevas incorporaciones, respetar la heterogeneidad de los que la integramos y avanzar en mecanismos de unidad electoral para que su representación gubernamental sea más ajustada a la magnitud del electorado que nos vota.