Redacción El País
El 13 de abril de 1971, el vapor brasileño “Tacuarí” encalló en un islote cercano al Cabo Polonio. En las semanas posteriores al accidente, trascendió en medios de prensa que el buque transportaba “carga radioactiva”. No se pudo comprobar tal extremo, aunque las circunstancias del naufragio no fueron claras.
El periodista e investigador de temas históricos Juan Antonio Varese tildó el naufragio del Tacuarí como “misterioso” porque ocurrió en medio de una jornada de mar calmo. “Lejos estaba de suponer las consecuencias trágicas que derivarían del siniestro y las calamidades ecológicas que dejaría como secuela”, opinó el investigador.
Varese agregó que el naufragio podría tener una probable relación con un episodio de marea roja que afectó las costas de Rocha y las cercanías del sur de Brasil a partir de 1971.
Señaló que muchas veces los naufragios -historias trágicas y terribles- suelen dejar consecuencias que se prolongan a lo largo del tiempo. Algunos de los siniestros, agregó, siguen viviendo en la memoria de los sobrevivientes, en el llanto de los deudos y en las personas que participaron en los rescates.
Con esos conceptos, Varese prologó el libro “Un desastre ambiental. El misterioso Naufragio del Tacuarí”, escrito por el investigador uruguayo Richar Enry Ferreira.
Para confeccionar el libro, Ferreira recabó informaciones oficiales y se ó con docentes de universidades latinoamericanas, en busca de una acta toxicológica recabada en aguas costeras por aquella época. También se ó con muchas personas relacionadas con el tema de la navegación, vecinos e hijos de vecinos de la zona.
Según el investigador, el “Tacuarí” llevaba en sus bodegas materiales químicos contaminantes y agregó que los lugareños de la costa rochense vinculaban las continuas “mareas rojas” y el mal olor en las playas con la “misteriosa carga” que llevaba el vapor.
“El navío tenía a bordo gran cantidad de materiales químicos contaminantes y todos (los habitantes de ciudades brasileñas como Chui, Hermenegildo y Santa Vitoria do Palmar) relacionaban el despedazamiento de su casco contra los arrecifes y el naufragio con la aparición de olor de gas, luego seguido por la mortandad de mariscos, focas y hasta animales domésticos”, dijo Ferreira en el libro.
La preocupación también alcanzó a los pescadores ubicados en Cabo Polonia (Rocha). “Si la cosa sigue así, nos vamos a ir todos”, declaró Juan Pedro Acosta, pescador y habitante de Cabo Polonio, en abril de 1978, siete años después del hundimiento del “Tacuarí”. Las autoridades de la época buscaron minimizar el impacto del fenómeno y le restaron importancia a la eventual contaminación de un gas tóxico que, según jerarcas brasileños, abarcaba alrededor de 200 kilómetros de la costa sur brasileña.
Según Ferreira, pobladores del balneario Aguas Dulces atribuían a “un viento que viene del mar” los síntomas que sufrían: dolores de garganta, tos y molestias en los ojos. También señalaban que los animales resultaban afectados por el fenómeno con mayor intensidad que el ser humano.
En otro tramo del libro, el investigador insistió en que el vapor “Tacuarí” naufragó cuando trasladaba un cargamento perteneciente a una multinacional química. La compañía “pudo y debió haber incidido en el abandono de la carga, en el cobro del seguro, y asimismo en la revelación del contenido de las bodegas que llevaba el Tacuarí, (...) un supuesto mercurio industrial que no surgía mencionado en la documentación formal”.