Redacción El País
Dicen que cuando conoció a la madre de Lucía Topolansky, lo primero que hizo José Mujica fue decir: "Gracias por su hija". Alguna vez, le pidieron a Pepe que definiera a su pareja con una palabra y él, un agnóstico declarado, dijo: "Dios". El domingo, cuando las noticias sobre la salud del expresidente se volvían cada vez más serias, la exsenadora le dijo a una periodista de Radio Sarandí: "Yo estoy hace más de 40 años con él y voy a estar hasta el final; eso fue lo que prometí".
Esas ideas son una síntesis de la historia de amor de Pepe y Lucía, una conjunción de compañía, ideas y convicciones que los mantuvo casi medio siglo juntos, en la política y en la vida.
Se conocieron a comienzos de los años 70, después de la segunda fuga del Penal de Punta Carretas. El Movimiento de Liberación Nacional - Tupamaros mantenía encuentros nocturnos en zonas periféricas de Montevideo y coincidieron en uno de ellos, aunque a lo largo de los años, los detalles de aquel momento que cambiaría sus vidas se fueron desdibujando. Él tenía 37 años y ella, 27.
"El grupo de Lucía vino a una de esas reuniones. Nos conocíamos de antes, y como los dos andábamos solos, terminamos juntándonos", le dijo Mujica a Miguel Ángel Campodónico para la biografía publicada en 1999.
Durante la clandestinidad y los años en que ambos estuvieron presos, se mandaron "algunas cartas" y estuvieron "mucho tiempo" sin poder comunicarse; él estaba detenido en cuarteles y ella en una cárcel, en condiciones bien distintas. Fueron 13 años de distancia.

Quizás por obra del destino, quedaron en libertad prácticamente al mismo tiempo y, como si no hubiera ninguna opción posible, volvieron a juntarse. Fueron inseparables desde entonces. Él comenzó a trabajar en la chacra de su madre y ella en la cantina de la Facultad de Arquitectura, de la que había sido estudiante; convivían en un espacio pequeño y fueron juntando, decía él, "pesito sobre pesito" para comprar una chacra, una idea o un sueño al que Mujica se aferró desde que salió de prisión.
Desde entonces, se acompañaron en la militancia y en la política. Trabajaron codo a codo por sus ideas hasta que un día, en 2010, fue la entonces senadora Lucía Topolansky la que le tomó el juramento que lo proclamó presidente de la República ante la Asamblea General.
"En la formación de nuestra pareja hubo un factor de necesidad, fue una especie de mutuo refugio", le dijo Mujica a Campodónico. "Nos reencontramos en una época bastante particular, bien diferente a lo que habíamos dejado atrás. Creo que alguna vez se lo dije en una carta: cuando uno se aproxima a los 50 años, piensa que una compañera debe ser una buena cocinera. El amor tiene entonces mucho de amistad, de cosas que faciliten la convivencia. El nido se ve como un refugio. No es lo mismo que cuando se tiene 20 o 25 años. Y creo que todo eso fue lo que nos ha mantenido juntos. Encajamos fenómeno".
No tuvieron hijos, pero sí perros, plantas, flores, y un montón de afectos que fueron comulgando con sus ideas y replicándolas. Se casaron en 2005, en una sencilla ceremonia en la chacra que fue su guarida, poco después de que Mujica contara sus intenciones de matrimonio en una entrevista televisada y Topolansky se enterara así, mirando la nota, del otro lado de la pantalla.
Disfrutaban del tango, de la cocina y de las cosas sencillas. Hicieron de su casa un lugar de puertas abiertas y compartían una impronta cordial, amena, que hacía énfasis en la amistad y en el amor como una "dulce costumbre", como Mujica dijo alguna vez.
En su momento, Topolansky le dijo a Emir Kusturica que unieron "dos utopías, la utopía del amor y la utopía de la militancia", todo un resumen de su historia.

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