Un mundo convulsionado: de Occidente llegan noticias

Con este estado de situación las proyecciones de crecimiento a nivel mundial se reducen con cada estimación, lo que no hace más que complicar a los fiscos.

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El presidente de los Estados Unidos, Donald Trump.
El presidente de los Estados Unidos, Donald Trump
Foto: AFP

La coyuntura sigue deparando novedades a un ritmo bastante más frenético que en otros momentos. El mundo está sumamente convulsionado, no sólo por el —en general— rutinario acontecer económico, sino preponderantemente debido a los vaivenes políticos. Se “siente” en el mundo occidental, al que pertenecemos, la falta de liderazgos que encaminen el rumbo, como aconteció al finalizar la segunda guerra mundial, hace ya 80 años y en la mayor parte del tiempo desde ese momento hasta unos 15 años atrás. Basta con pensar queel presidente de Estados Unidos haya definido como ¡la liberación! el retorno a un país de base industrial, ignorando la notable mejora en el estándar de vida acontecido en los últimos 45 años, desde la apertura liderada por Thatcher y Reagan, que puso fin al estancamiento desde la segunda mitad de los ´60, combinado con inflación en los ´70, donde la prosperidad provino del impulso a la competencia de sectores claves, su poderosa capacidad de innovación y atracción de talento, para advertir el tamaño de los errores que se comenten.

Sin darnos cuenta, vivimos una época absolutamente revolucionaria en la historia de la humanidad, donde los avances se multiplicaron. En ese mismo período, se produjo la mayor reducción de la pobreza de la historia. Claro que para ello fuese posible, países muy sub desarrollados y, como consecuencia, pobres, debieron avanzar. La mejora, en sus primeras etapas siempre se da en sectores agrícolas y manufactureros, dejando al resto avances en tecnología y servicios. Nada nuevo.

Más allá de la ideología que se tenga, cualquier economista, y en Estados Unidos sobran, sabe que el déficit comercial y en general, el de cuenta corriente de la balanza de pagos, obedece a un exceso de gasto interno frente a su ahorro, el que, básicamente en plazos medios, equivale al déficit fiscal (déficits gemelos). Siendo así, y con déficits fiscales enormes, imponer aranceles principalmente afecta la tasa de crecimiento de la economía vía la distorsión en la asignación de recursos, sin solucionar el problema de fondo. Ni que hablar del daño de la incertidumbre de las marchas y contramarchas en las medidas.

Un problema mayor que afecta a occidente es el sesgo que tomó el gasto público, retrayendo la infraestructura, piedra angular de su desarrollo. Basta con observar el deterioro de carreteras y los metros de las ciudades, para advertir la poderosa razón que dificulta el crecimiento. A su vez, el aumento del gasto público, financiado básicamente con deuda y sesgado a aparatos regulatorios y asistencialistas, contribuye en el mismo erróneo sentido contrario a la senda de la prosperidad.

A lo anterior, en los últimos años se sumó, bajo el 100% compartible propósito de evitar el lavado de activos y la lucha contra el terrorismo y narcotráfico, una parafernalia de regulación, de costo exorbitante y resultados más que modestos. Finalmente, lo que se quiere frenar, no se frena, —ejemplos sobran en todos lados—, pero todos pagamos el costo en una actividad que consume recursos —humanos y materiales— sin generar valor alguno. Otro factor que agrega piedras a la mochila, frenando el crecimiento.

A partir del conjunto de las políticas reseñadas y, seguramente algunas otras, los fiscos se vuelven altamente deficitarios, porque gastan mucho y mal, pero también porque sus ingresos no aumentan como en el pasado, ya que se crece poco. Entonces, se piensa en la “solución” y nace el neocolonialismo impositivo, esta vez mediante organismos internacionales. Impuestos globales a las empresas de sus países, que castiga a países como el nuestro en la atracción de inversiones. En respuesta a esto, se desatan “guerras” y, por ejemplo, Estados Unidos anuncia que a las empresas de países donde se aplique el impuesto a empresas estadounidenses, les cobrará un impuesto adicional por sus operaciones en su mercado. Todos tiros en los pies.

Mientras esto pasa en Occidente, en Oriente hacen básicamente lo contrario, con sesgo de su gasto público hacia la inversión en infraestructura, mucho más fácil y ágil manejo de las finanzas y sistemas impositivos más adecuados. Aunque aún vengan atrás, en “cada vuelta al circuito” —un año—, la distancia se achica. No es poniendo barreras defensivas (aranceles, regulaciones, restricciones, impuestos) que ganamos, sino todo lo contrario. Como en el fútbol, si jugamos meramente a defendernos el mejor resultado es un empate; para ganar hay que hacer goles en el arco contrario. Traducido, hay que crecer y para ello debemos volver a hacer las cosas que nos permitieron llegar hasta acá. Momentos mejores y peores, auge y crisis siempre habrá, pero la solución no es la adoptada en los últimos ya casi 15 años, reflejada en la caída de la tasa de crecimiento.

Con este estado de situación las proyecciones de crecimiento a nivel mundial se reducen con cada estimación, lo que no hace más que complicar a los fiscos. Hace unos días, Moody´s rebajó la nota de la deuda de Estados Unidos, que ya no tiene la más alta. El activo financiero que se consideraba libre de riesgo va perdiendo esa calidad.

Como todas las cosas, pese a lo malo, siempre hay un lado “bueno”. La contrapartida de la floja actividad es que las presiones inflacionarias han disminuido mucho y muy rápido en los últimos 4 meses, tanto en Estados Unidos como en Europa y, con ello, la presión sobre las tasas de interés. Éstas, a pesar de la baja en la calificación y, ciertamente nada promisorias finanzas públicas de los Estados Unidos, no han subido en términos nominales, aunque sí en valores reales (baja inflación con mismo valor nominal). Para países endeudados, como toda nuestra región, que debemos acudir a los mercados de crédito todos los años a aumentar el crédito debido a los desequilibrios fiscales, o a renovar los vencimientos, finalmente el costo del crédito no se encarece, al menos por el momento.

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