Último libro de Philippe Sands

Walter Rauff, el criminal nazi que tenía muchos amigos chilenos, entre ellos Augusto Pinochet

Una indagación sobre dos destinos comunes, en Chile y en Londres

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Philippe Sands
(foto Antonio Zazueta Olmos)

por László Erdélyi
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“Está muy bien investigar por razones personales” le dijo el juez chileno Carroza a Philippe Sands, y reiteró: “Pero que muy bien”. Este diálogo, que cierra el libro Calle Londres 38 de Philippe Sands, el último de una trilogía cuyos primeros dos títulos fueron Calle Este-Oeste y Ruta de Escape, revela a Sands buscando qué le sucedió a sus familiares en el Holocausto, como también el periplo posterior de dos nazis perpetradores vinculados a esos crímenes y que escaparon, Otto Wächter a Roma y Walther Rauff a varios países para encontrar refugio definitivo en Chile, donde falleció en 1984. Gracias a Augusto Pinochet y a otros chilenos logró no ser extraditado a Alemania en 1963 para responder por sus crímenes. Rauff, como hombre de confianza del líder SS Reinhard Heydrich, fue el creador de los camiones ambulantes para gasear judíos, primera etapa del Holocausto que les permitió asesinar a casi 100 mil (la segunda etapa, la del genocidio industrializado, fue la de Auschwitz, Birkenau y otros campos de exterminio). En uno de esos camiones fue asesinada una prima de la madre de Sands, Herta Gruber, de 12 años.

Este libro lleva un doble subtítulo, “Dos casos de impunidad: Pinochet en Inglaterra y un nazi en la Patagonia”. Sands participó en la movida judicial que detuvo a Augusto Pinochet en Londres. El ex mandatario chileno había viajado para un tratamiento médico sintiéndose inmune a cualquier requerimiento de la justicia por su condición de ex mandatario, pero el juez español Baltasar Garzón no lo entendió así, pidió su extradición para juzgarlo por crímenes durante su dictadura, y las autoridades británicas lo detuvieron en 1998. Sands participó como jurista de un reclamo paralelo del gobierno de Bélgica cuando se vislumbraba que Gran Bretaña no iba a conceder la extradición a España, algo que el tiempo confirmó. Pinochet pudo volver a Chile.

Cuando llegó a librerías ese notable libro de Sands que es Ruta de escape ya se sabía que Sands andaba tras la pista de Rauff recorriendo Chile. “En el tiempo que llevo trabajando en casos internacionales, he descubierto que se aprende mucho visitando un lugar, que las palabras por sí solas no son capaces de dar una idea completa de la geografía y de la historia que impregna esa geografía” confiesa en Calle Londres 38. Sabía que Rauff y Pinochet se habían conocido en Ecuador, que se frecuentaban, y que el alemán se radicó en Chile a instancias de Pinochet. Pero intuía —no era el único— que el experto alemán en camiones especiales había participado en la represión de la dictadura chilena asesorando, por ejemplo, en la creación de una flota de camionetas refrigeradas que, además de transportar mariscos y pescados, llevaba detenidos chilenos, muchos de los cuales fueron asesinados o desaparecidos. Su periplo como investigador, entonces, lo llevó por numerosas localidades, y le permitió entrever de a poco el horror sorteando mitos, mentiras, confesiones a medias, ocultamientos, archivos mutilados o destruidos, y una voluntad precisa y metódica por no dejar rastros. Rauff, por ejemplo, casi nunca se dejó fotografiar.

Protegido. Sands es un jurista de larga trayectoria con una probada capacidad para exponer y justificar pruebas en duros y extensos alegatos, como quedó claro en su libro La última colonia, donde defendió a los últimos habitantes de Peros Banhos. En Calle Londres 38 se asoma al mal absoluto, al horror llevado a la perfección por hombres detallistas, metódicos, y con gran conocimiento de logística. Que todavía encuentran lealtades que les permiten escapar y vivir vidas más o menos normales, como el caso de Mengele y tantos. El santuario de Rauff en Chile deja abiertas muchas preguntas, por ejemplo sobre la germanofilia de los chilenos que trasciende lo ideológico (cuando los ministros y otras jerarquías de Allende luego del golpe fueron enviados a un campo de concentración en isla Dawson, cerca de Punta Arenas —construido por el propio Rauff al modelo de Auschwitz— uno de los pasatiempos voluntarios de los detenidos era aprender alemán). Pero la pregunta que duele es por qué lo protegieron cuando todos sabían quién era.

El libro es una indagación que intenta responder a esas preguntas con una cantidad abrumadora de datos. Sands no escribe breve, son casi 600 páginas que se leen como bala, con una narración ciudadana que pone al lector casi al lado del investigador. Éste le muestra sus logros y fracasos en modo viaje, transcribe diálogos improvisados, la sorpresa o sus dudas en voz alta. Luego ata un hilo con otro, se traslada de Santiago a Punta Arenas y de San Antonio a Colonia Dignidad, y así va llenando las lagunas. Que, como algunos chilenos le advierten, serán muy difíciles de llenar. “No va a encontrar pruebas” del vínculo entre Rauff y la represión de la dictadura de Pinochet, le dicen bajito.

Como parte de esa geografía el libro despliega mapas precisos de Santiago, Punta Arenas, y otras localidades. Aparece la casa ubicada en la calle Londres 38, en el barrio París-Londres de Santiago de Chile, donde se torturó y varios resultaron desaparecidos. Hay sobrevivientes que recuerdan, de aquellas sesiones de tortura, a un participante que hablaba con acento alemán. Otros luego reconocerían su voz. El traslado de detenidos se hacía en la flota de camionetas refrigeradas modelos C-10 o C-30 Chevrolet hasta unas empresas pesqueras que la dictadura había expropiado, sobre todo en San Antonio, Cartagena o Santo domingo. Allí podían ser llevados en helicóptero a alta mar, desde donde eran lanzados, o sus cuerpos eran convertidos en harina junto a la harina de pescado que luego se vendía como ración animal. En todos estos sitios estuvo Walther Rauff, que tuvo su propia pesquera de centolla en Punta Arenas, la Pesquera Camelio. Sabía del tema. La hipótesis de que Rauff trabajó alineado a Contreras, el siniestro jefe de la DINA pinochetista, toma cuerpo. Sin pruebas concretas. Pero demasiados lo vieron, lo trataban como uno más, y en Punta Arenas hasta los vecinos le hacían chistes sobre su capacidad de exterminar judíos en masa. Desde el fallido intento de extradición de Alemania en 1963, que tomó estado público, Rauff pasó a ser un personaje muy conocido en Chile. Tanto que alimentó, como pocos, sucesivos mitos que llegaron con fuerza a la literatura.

Chatwin y Bolaño. “Yo me topé por primera vez con el nombre de Walther Rauff en el libro En la patagonia de Bruce Chatwin” advierte Sands. En dicho libro, de 1977, Chatwin relata su periplo de seis meses por tierras patagónicas con un estilo a medio camino entre la realidad y la ficción, el dato concreto y el invento. A los europeos ese libro les consolidó la imagen mítica de la Patagonia, y la hizo famosa como un territorio inexplorado (no lo es), vasto, inclemente y misterioso. Donde puede vivir a sus anchas un conocido criminal nazi. A los del norte les encantan estos mitos. Sin embargo, el libro de Chatwin les provocó desencanto, furia y encono a muchos argentinos. En la Patagonia vive y trabaja gente real, que forma familias criando hijos, lidiando con problemas reales y en condiciones duras (vientos fuertes y constantes, por ejemplo).

Chatwin describe a Rauff como un hombre de Punta Arenas que tarareaba Lieder, soñaba con bosques de pino, y que “va en coche a una planta industrial que huele a mar. Por todas partes lo rodean cangrejos de color escarlata que se arrastran, y después son hervidos. Oye cómo se rompen las caparazones y se rompen las pinzas, y ve cómo comprimen la dulce carne blanca dentro de envases metálicos. Es un hombre eficiente, con alguna experiencia anterior en la línea de producción. ¿Recuerda aquel otro olor a quemado? (...) Se atribuye a Herman (Walter) Rauff la invención del horno de gas móvil”.

Algo parecido ocurre en la obra del escritor chileno Roberto Bolaño, quien dejó Chile por México donde consolidaría una carrera literaria brillante, con hitos como la novela 2666, un texto total, una suerte de Ulises hispanoamericano que ensaya diferentes estilos y que se sumerge en el más puro horror latinoameriano —el de los femicidios de Ciudad Juárez.

Cuando detuvieron a Pinochet en Londres, Bolaño recopilaba datos para una nueva novela, Nocturno de Chile (1999). En ella uno de los personajes es un tal señor Odeim que gestionaba una enlatadora de conservas. Está inspirado en Walter Rauff, a quien Bolaño había conocido por una foto muy divulgada en la prensa chilena en 1963 cuando se tramitaba la extradición fallida. Rauff también inspiró a otro personaje de Bolaño en la brillante La literatura nazi en América Latina, un diccionario apócrifo de autores, muy fino y divertido.

Decía Jorge Herralde, editor barcelonés de Bolaño, que al escritor le gustaba jugar a engañar y a crear misterios. “Lo mismo puede decirse de los escritos de Chatwin” sentencia Sands. “La frontera entre lo vivido y lo imaginado no siempre está clara”. Lo que a Sands se le escapa es que en las grandes obras de literatura esa realidad ficcionada termina acercándose demasiado a la realidad, revelando verdades espeluznantes que habrían quedado, de otra forma, en tinieblas.

Controlador. Sands se queja que esa frágil línea que separa realidad de imaginación es lo que distancia a la literatura del derecho. Y él es un hombre de derecho. No será novelista pero es cronista, periodista, y un hábil narrador, lo que lo deja al límite de la literatura. Las historias de Rauff y de la prisión de Pinochet se entrelazan capítulo a capítulo, uno en Londres, el siguiente en Santiago o Punta Arenas, y así. Del misterio que se va develando en el frío patagónico pasa a la historia muy conocida de los 17 meses que Pinochet estuvo detenido por orden de la justicia británica. Mientras Sands en Chile es un detective, en Londres es compañero de ruta de colegas involucrados en el caso Pinochet, a favor y en contra, participando en primera línea de todas las instancias judiciales, hasta que se involucra a pedido de Bélgica. En Londres recuerda detalles de sus conversaciones con abogados chilenos, españoles y británicos, a veces con ironía y humor (describe a un conocido abogado trasandino como el perejil de la ensalada, pues estaba en todas partes), pero también aporta testimonios inéditos como el de la intérprete de la Policía Metropolitana de Londres, Jean Pateras, que acompañó a Pinochet desde el mismo momento en que fue detenido, luego a lo largo de toda su estadía, y hasta el momento en que subió al avión para volver a Chile. Pinochet no sabía inglés. Jean aporta un testimonio cálido, inteligente y equilibrado, que no solo ofrece claves sobre la personalidad controladora del ex dictador sino también sobre los numerosos personajes que lo visitaron, entre ellos Margaret Thatcher.

Si los pasajes en Londres vibran como un thriller, los de Chile son oscuros y ominosos. El misterio se va develando por cuentagotas, y a medida que profundiza en ese agujero negro toma cuerpo lo que dijo un historiador chileno del que no recuerdo el nombre: que no hay catalizador histórico como el nazismo, capaz de separar de forma bien nítida el bien del mal. Cuando es evidente, como aquí, produce escalofríos.

CALLE LONDRES 38, de Philippe Sands. Anagrama, 2025. Buenos Aires, 580 págs. Traducido por Francisco J. Ramos Mena y Juan Manuel Salmerón Arjona.

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