por László Erdélyi
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Hay libros que da gusto leer, y dejan ganas de más. Es el caso de Comandante, una novela rara producto de un guión para una película, donde el guionista y cineasta Edoardo De Angelis (Nápoles, 1978), y ese buen novelista que es Sandro Veronesi (Florencia, 1959) se juntan para elaborar a cuatro manos una novela sobre el mismo guión en el cual trabajaban. Trata de un episodio crucial en la vida del comandante de submarinos italiano Salvatore Todaro, quien en 1940 hundió en una de sus misiones de la Segunda Guerra Mundial a un barco mercante belga, pero que luego, contraviniendo expresas órdenes del almirante del III Reich Karl Dönitz, se negó a dejar abandonados a una muerte segura a los náufragos, los subió al submarino y los salvó, llevándolos a un puerto seguro. Luego Dönitz se burlaría de él llamándolo el “Quijote de lo mares”.
Visto así de forma resumida no parece un episodio cuyo dramatismo y desenlace justifique ser recuperado 80 años más tarde para una película, y ahora también para una novela. Se conocen muchos actos heroicos de esa guerra en la cual la humanidad se sobrepuso al odio, y llevó a los combatientes a tender una mano al enemigo. Sin embargo lo que da fuerza a la historia es el contexto actual, el de una Italia que ve cómo año tras año, día tras día, niños, mujeres y hombres mueren ahogados en el Mar Mediterráneo intentando cruzar, huyendo de la miseria o la violencia de su país y buscando santuario en Europa. A pesar de los xenófobos o los que miran para otro lado, hay quienes se horrorizan y actúan, tratando por diferentes medios de salvar a esos náufragos. Es el caso de De Angelis y Veronesi. Al ver la tragedia que se desató en el año 2018 en las costas de Lampedusa, Malta, Sicilia o Calabria, como muchos otros italianos se sumó a los esfuerzos de rescate. “En esa época demencial y llena de rabia y frustración” escribe Veronesi en la Introducción a Comandante, “yo no podía dormir. Aquellas atrocidades ocupaban mi mente y nada más me interesaba: en mi vida había reaccionado ante nada de una manera tan radical y profunda”. Reunió a un grupo de amigos bajo el nombre de Cuerpos para instalarse entre esa ola de xenofobia y las víctimas. En el proceso conoció a De Angelis, y también apareció la historia del comandante de submarinos Salvatore Todaro a raíz de las declaraciones del almirante Pettorino, comandante de la guardia costera italiana en 2018. En ellas manifestaba que si bien había órdenes de no rescatar náufragos en el mar de Libia, esas órdenes eran desobedecidas y se los salvaba porque “salvar vidas en el mar es una obligación legal y moral”, y citó la figura de Todaro. Ambos, De Angelis y Veronesi, decidieron profundizar en su figura y en esa tradición marítima italiana que se remontaba a más de dos mil años. La investigación tuvo, a su vez, un momento catártico, por sorpresivo: una de las voluntarias de Cuerpos resultó ser, de pura casualidad, nieta de Todaro. El rápido a los archivos familiares que nutrieron el guión y la novela fue como una bendición.
El otro, un igual. La historia del submarino Cappellini de la armada fascista italiana siendo Todaro comandante tiene visos difíciles de entender, complejos, pero que la novela conjura muy bien. El 28 de setiembre de 1940 hundieron al mercante belga Kabalo a cañonazos, desde la superficie, sin usar torpedos. Cuando el mercante desapareció quedaron muchos náufragos, algunos en el agua, otros en un bote salvavidas. Todaro decide subir a bordo a unos 30, y llevarlos a puerto. Intuyó la resistencia de sus propios tripulantes, porque esa cantidad de náufragos colapsaba la capacidad del submarino, impidiéndole por ejemplo sumergirse, quedando así a merced de aviones o barcos enemigos. En un pasaje de la novela Todaro le explica a Rina, uno de sus tripulantes, que aquellos belgas en el agua helada del mar “son hombres vencidos que nadan con las pocas fuerzas que les quedan hacia el negro submarino que acaba de dejarlos en ese estado. Hombres que hasta hace media hora antes tenían lo mismo que todos tenemos, y no me refiero al dinero. Rina, no hablo de riqueza, hablo de las humildes cosas que todos llevamos con nosotros incluso en la guerra: fotos de seres queridos, una navaja de afeitar, brocha y jabón, tabaco, fósforos, un peine, brillantina, unas tijeritas, un llavero, unas mudas de ropa, un jersey de lana que nos confeccionó nuestra madre, unas zapatillas de estar por casa, un reloj de bolsillo que perteneció a algún antepasado nuestro, una baraja, una estilográfica con tinta seca en la punta... Todas esas humildes cosas se han ido al fondo del océano junto con el barco que las llevaba. Esos hombres ya no tienen nada. Solo tienen un cuerpo, que cada vez les pesa más, que cada vez se acerca más al fin, un cuerpo caliente que el agua helada congelará en minutos”. Igual que los náufragos de hoy en el Mediterráneo que llegan desesperados de África luego de que su bote volcó o su zodiac maltrecha se desinfló.
La novela ficciona los diálogos y recrea el clima sofocante dentro del submarino, que con su tripulación habitual ya suele ser insano, pero con 25 más, y de un país enemigo al cual le hundieron el barco... la tensión por momentos es insoportable. Hay un increíble intento de motín por parte de dos rescatados, que es conjurado, y también otros gestos humanos de otros marinos adversarios, esta vez ingleses, que apoyan a su manera la quijotada de Todaro.
Rescatar a un héroe humano y decente de esa inmundicia que fue el fascismo italiano tiene sus riesgos. Lo intentaron los neonazis con David Irving, entre otros, tratando de separar la parte “buena” del nazismo de la manzana podrida, pero pronto quedaron en evidencia por mentirosos. El caso de Todaro es diferente, es un comandante actual de la marina italiana el que lo saca del olvido, y lo pone como ejemplo para conjurar las dudas a la hora de rescatar náufragos y justificar la humanidad del gesto. Todaro desafió a la autoridad, y ésta lo recuerda con gratitud. Sólo en Italia. Merece cada una de las líneas de este libro.
COMANDANTE, de Edoardo De Angelis y Sandro Veronesi. Anagrama, 2024. Barcelona, 190 págs. Traducción de Juan Manuel Salmerón Arjona.
