Elim Johana Alonso Dorado, OGlobo
En la sociedad actual, marcada por un ritmo de vida acelerado, muchas personas adquieren el hábito de comer rápidamente. Aunque este comportamiento pueda parecer inofensivo, existen diversas consecuencias para la salud que pueden derivarse de apresurar las comidas. A continuación, se detallan los principales efectos de este mal hábito.
Problemas digestivos y mala absorción de nutrientes
Comer rápido dificulta que el proceso digestivo se realice de manera adecuada. La falta de tiempo para masticar bien los alimentos impide que las enzimas salivales inicien la descomposición de lo que ingerimos. Como resultado, el estómago debe trabajar el doble para procesar los alimentos, lo que puede causar indigestión, acidez y gases.
Además, al no masticar correctamente, las partículas de comida llegan más grandes al intestino, dificultando la absorción de nutrientes esenciales como vitaminas y minerales. Con el tiempo, esto puede llevar a trastornos como el síndrome del intestino irritable o intolerancias alimentarias.

Aumento de peso y riesgo de obesidad
El cerebro necesita unos 20 minutos para darse cuenta de que el estómago está lleno. Las personas que comen rápido suelen ingerir más alimentos de los necesarios antes de que el cuerpo logre enviar señales de saciedad al sistema nervioso. Este comportamiento puede generar un aumento en el consumo calórico, lo que está relacionado con un mayor índice de masa corporal (IMC).
A largo plazo, comer rápidamente también aumenta el riesgo de desarrollar obesidad, especialmente si estos hábitos se combinan con una dieta rica en alimentos procesados o grasas. Comer rápido también ha sido asociado con la resistencia a la insulina y con un mayor riesgo de desarrollar diabetes tipo 2.
Mayor probabilidad de desarrollar enfermedades cardiovasculares
Comer rápidamente también está vinculado a un aumento en los niveles de triglicéridos en la sangre, un factor importante para el desarrollo de enfermedades cardíacas. Este efecto se debe principalmente al consumo apresurado de alimentos procesados o ricos en grasas saturadas, los cuales elevan rápidamente el azúcar en la sangre y la presión arterial.
Además, el estrés generado por la prisa al comer activa el sistema nervioso simpático, lo que aumenta la liberación de hormonas del estrés, dañando así los vasos sanguíneos. Según estudios, las personas que comen rápidamente tienen un 50% más de riesgo de sufrir síndrome metabólico.

Impacto en la salud mental y relación con la ansiedad
El acto de comer rápido frecuentemente refleja un estado de estrés o ansiedad. Esta conexión crea un círculo vicioso en el que la mala alimentación empeora el estado de ánimo, y la angustia contribuye a hábitos alimentarios desordenados.
Comer rápidamente también reduce la capacidad de reconocer los signos naturales de hambre y saciedad, lo que puede favorecer trastornos como la bulimia o el comer compulsivo. Además, al no disfrutar conscientemente de la comida, se pierde uno de los pequeños placeres cotidianos que contribuyen al bienestar emocional.
En conclusión, aunque comer rápido pueda parecer una solución para un día agitado, sus efectos sobre la salud son significativos y pueden generar problemas a corto y largo plazo. Reducir la velocidad al comer y dedicar tiempo para masticar adecuadamente los alimentos es una acción simple que puede mejorar significativamente la salud general.