Por Silvia B. Caloca*
En un mundo donde la infancia está cada vez más estructurada por agendas repletas de actividades y el avance de la tecnología reduce los espacios de juego libre, y se impone una pregunta: ¿cómo podemos fortalecer la autoestima de nuestros hijos de manera asertiva?
La respuesta no está en los elogios desmedidos ni en la hiperestimulación, sino en permitirles jugar, explorar y, sobre todo, desarrollar su autonomía, es decir: vivenciar e ir descubriendo sus propias competencias (en el sentido de sentirse competentes).
Desde los primeros años de vida, la autoestima se construye a partir de la percepción que el niño tiene de sus propias capacidades. Cada vez que logra un pequeño desafío -vestirse solo, subir un escalón, resolver un problema en el juego- se refuerza su sensación de competencia. Es en estos momentos donde el juego y la exploración se convierten en herramientas clave para el desarrollo emocional y cognitivo.
Jugar es mucho más que un pasatiempo infantil: es la manera en que los niños procesan el mundo, ensayan habilidades y aprenden a resolver problemas. A través del juego simbólico -cuando simulan ser doctores, maestros o exploradores- construyen su identidad, expresan emociones y experimentan roles sociales.
Los juegos de reglas, como los de mesa o los deportes, les enseñan a tolerar la frustración, a negociar y a respetar turnos. Mientras tanto, el juego motor, como trepar, correr o saltar, fortalece la confianza en su propio cuerpo y sus capacidades. Para desplegar estas actividades, se necesita tiempo, sostén y estar habilitado a realizarlas.
Pero el juego no solo les permite adquirir habilidades: también les da la oportunidad de fracasar y volver a intentar, de entender el ensayo y error cómo parte natural de los procesos de aprendizaje y crecimiento. En un entorno seguro, los niños pueden equivocarse sin miedo, aprender de sus errores, desarrollar resiliencia, fortalecerse, todos ellos elementos esenciales para una autoestima sana.

Autonomía
El deseo innato de explorar impulsa a los niños a descubrir el mundo. Desde el bebé que gatea en busca de un objeto hasta el niño que investiga el tronco de un árbol en el parque, o las piedritas en la playa, cada experiencia exploratoria es una oportunidad para desarrollar creatividad, capacidad de autorregulación, autonomía.
Y la autonomía progresiva (la que se va dando desde la escucha de las posibilidades del propio niño, reconociéndose cómo sujeto) es precisamente uno de los pilares de la autoestima: sentirse capaz de hacer cosas por sí mismo refuerza su confianza y motivación.
Sin embargo, en la actualidad, muchos niños tienen menos oportunidades para explorar libremente debido a la sobreprotección o la falta de tiempo y espacios adecuados. Cuando un adulto resuelve todo por el niño, lo priva de la oportunidad de descubrir lo que es capaz de hacer por sí mismo. Por eso, es importante permitirles tomar esas pequeñas decisiones de las que es capaz y enfrentar pequeños desafíos cotidianos.
Lograr visualizar al niño desde sus competencias, implica estar presente, conocerlo, acompañarlo, ir dándose el tiempo para ver qué habilidades ha ido desarrollando y cuáles son los pequeños desafíos que puede ir logrando por sí mismo en el día a día, en un clima de cariño, contención y respeto.
El papel de los padres
En definitiva no se trata de dar total libertad sin límites, sino de ofrecer un entorno seguro en el que el niño pueda jugar, explorar y aprender de manera autónoma.
Esto implica:
- Acompañar sin invadir. En lugar de dar soluciones inmediatas, alentar a que el niño intente resolver problemas por sí mismo antes de intervenir.
- Permitir que enfrenten desafíos. Es natural querer evitar que un hijo se frustre, pero la tolerancia a la frustración se aprende con la práctica. Dejar que los niños intenten, fallen y vuelvan a intentar fortalece su confianza.
- Establecer límites claros y seguros. La autonomía no significa ausencia de normas. Un marco de límites adecuados les brinda seguridad para explorar sin riesgos innecesarios.
- Evitar el perfeccionismo. La autoestima no se construye en la comparación ni en la exigencia de resultados impecables, sino en el reconocimiento del esfuerzo y el proceso de aprendizaje.
- Fomentar la toma de decisiones. Desde elegir su ropa (entre una prenda y otra) hasta decidir a qué jugar, darles la oportunidad de tomar pequeñas decisiones les ayuda a desarrollar criterio y confianza en sí mismos.
- Compartir tiempo de juego. No se trata de dirigir el juego, sino de participar como observadores o compañeros de aventura, mostrando interés en lo que hacen y reforzando su creatividad.

La infancia no necesita más actividades programadas ni más pantallas, sino más tiempo libre para descubrir, jugar y experimentar.
Fomentar la autonomía desde pequeños, darles oportunidades de explorar y permitirles jugar libremente es un acto de amor y respeto así cómo una inversión en su bienestar emocional.
El rol de los padres en este proceso es fundamental: un niño que recibe confianza y apoyo será un niño que confía en sí mismo.
* Licenciada en Psicomotricidad, encontrala en Instagram @psicomotricidad_hoy
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